La regresión

Jaime López

Hace algunos años un coterráneo regresó de su formación académica en una universidad de por allá, cuando las fronteras empezaban a configurar sus lenguajes, con la natural intención y emoción de ejercer su profesión.

Meses después el coterráneo que quería seguir siendo ecuatoriano, en las tertulias con los amigos, desalentado por las barbaridades que había tenido que superar, llana y simplemente proclamaba su definición y decía  ¡M… de país que tenemos…!

A pesar de ello siguió luchando para generar una empresa que ha cumplido su cometido, vale la pena recordar el ejemplo, porque una gran mayoría influenciada por lo que nos pasa, seguramente en la programación de la nueva vida con y post pandemia, puede pensar que la regresión es un mecanismo no contaminado por la tecnología, ni por el lenguaje globalizado, que a muchos indigna, que hay que aplicarlo de urgencia para rescatar lo que tuvimos, los valores ancestrales que fueron fabricando la condición de pertenecer a una sociedad educada para ser y crecer dentro de parámetros cada vez más exigentes, en los que la vulgaridad no tenía que imponerse a la amistad que confeccionaba los lazos que luego eran soportes para edificar la familia, que el ejercicio de la política luego del manoseo indignante de tantos protagonistas corruptos, no tenía que servir para bautizar al socialismo como refugio piramidal de delincuentes, cuyo vértice propugnaba el continuismo y seguir los lineamientos de foros que periódicamente se reúnen para comulgar nazismos  y fascismos que  pretender terminar con la especie pensante, financiados por los millones que los saab-biondos, la hortensia colombiana, robaron de la misma manera que el  prófugo de Bélgica al que sus millones le permiten asomar por escenarios mundiales, cuando le viene en gana falsificando invitaciones.

La regresión permita que la educación no naufrague en albañales, porque el hogar debe formar centeniales y milleniales, que deben conformar mucho de lo que fuimos y lo que seremos.