La memoria infinita

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

Yo pienso que cuando uno encuentra algo bello tiene la obligación de compartirlo porque la belleza y el conocimiento al repartirse, se multiplican.

Por eso hoy quiero contarles del documental de la chilena Maite Alberdi, nominado a los Oscar: La memoria infinita. Es conmovedor y dulce sin llegar al abuso de lo cursi. No se puede spoilear porque no es sólo una historia sino una experiencia. No hay que ver la película sino vivirla.

Grafica la tragedia del alzhaimer y de quien lo padece junto al enfermo, pero no es sólo eso. Retrata dos conceptos que parecen contradictorios y, sin embargo, dolorosamente hermanados: el amor y el olvido. No es una filmación externa e inconsciente. En ningún momento pierde un ápice de humanidad, de luz y un incuestionable gusto artístico.

Otro chileno, Pablo Neruda, escribió que: “es tan corto el amor y tan largo el olvido” y cuando se lee después de un desamor uno le da la razón mansamente, pero al ver la película de Alberdi nace la duda o al menos la ilusión de amores que luchan contra el olvido y en su tenaz perseverancia, aunque no logren revertir y vencer al enemigo, se engrandece y se eterniza de esa forma misteriosa e íntima que soy incapaz de describir con justicia.

Alberdi es una directora que se ha acercado en numerosas ocasiones al tema de la vejez casi como una obsesión. Está construyendo una filmografía delicada, honesta y profunda que ya son el orgullo del cine en habla hispana, por fuera del imperio de Hollywood. Al punto de que en su estreno en salas recaudó en su país más que Barbie y Oppenhaimer, los dos fenómenos del año.

La película nos recuerda la relación entre memoria e identidad y se vuelve la metáfora ideal de un país y una generación. Debo confesarles que ahí entra mi sesgo porque tengo un miedo inmenso a perder la memoria y dejar de ser quien soy. Pero véanla y entonces júzguenme.