La extinción del arte

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

El mundo literario anglosajón ha vivido semanas álgidas debido a la supresión, corte y censura de los cuentos de Roald Dahl como Matilda, para purgarlos de toda palabra, mención o metáfora malsonante para la corrección política contemporánea. 

Curiosamente, al menos en esta batalla, el mundo hispano ha optado por lo sensato conservando la obra de Dahl, imperfectamente humana, manteniendo el mínimo respeto que se le debe a cualquier autor y a la inteligencia de los lectores, sobre todo infantes, quienes a través de la literatura deberán descifrar la realidad que les espera: imperfecta, muchas veces ruin, pero con una belleza expuesta a quien sea capaz de descifrarla. 

La cancelación, como toda modernez, es más vieja que el hambre. La Santa Inquisición o el stalinismo ya perfeccionaron los métodos mucho antes que las turbas del Twitter. Nuestra tragedia radica en que cuando la técnica nos ha dado las oportunidades más grandes para acceder a ciencia, cultura y arte, el mercado y la cancelación se encargan de reventarlas haciendo que lo simple y lo vulgar se instalen no como siervas sino como reinas. El efecto lógico ya lo estamos viviendo: el crecimiento de los extremismos, la violencia y el aislamiento intelectual, tan nocivos en nuestra escala civilizatoria. 

Tár, la película recientemente nominada al Óscar, trata a la perfección una de las caras de este fenómeno, incapaz en su rudeza de distinguir la distancia entre la obra de un artista y sus miserias. Nos recuerda que los robots acondicionados a la crítica, lo estándar y la corrección no pueden alcanzar la gloria porque subyugan el arte y al hacerlo lo anulan. Sin embargo, en la actualidad sí se alcanza la gloria precisamente por esa renuncia a la contradicción humana, a esa exploración de nuestros fantasmas. Terror, porque si el arte se vacía, el futuro también.