La edad del burro

Nicolás Merizalde

Nicolás Merizalde 

Tradicionalmente, hemos usado las consultas populares y referéndums como erróneas encuestas de popularidad del gobierno que las propone. Las consecuencias han sido casi siempre negativas, excepto para la hinchada oponente, que nunca prioriza la bandera del país a los colores partidistas. 

Noboa y su equipo, con o sin sabotajes, tarde o temprano se irán y la vida política ecuatoriana seguirá su agreste destino, pero los problemas permanecerán y hasta se agudizarán si hoy no somos capaces de dar una respuesta por encima de nuestras ínfulas y pasiones pasajeras. Yo espero que nos invada el espíritu de la madurez política para resolver criteriosos si realmente vale la pena una pírrica venganza electoral en lugar de juntar esfuerzos para combatir el virus de la narcopolítica, recortar los tentáculos del crimen organizado y abrir las puertas de este país enclaustrado y metastásico al aire externo, que buena falta nos hace. 

Madurez. Es una palabra fea y de práctica difícil porque generalmente la relacionamos con el abandono del paraíso de la infancia, de las ilusiones del puberto y la llegada de esa necesaria dosis de realismo crudo que apacigua el fanatismo, aterriza los sueños y mantiene a raya las expectativas para fijarse en las cosas pequeñas, esas donde habita el maligno, en los detalles. La madurez no es condescendiente, des romantiza y demanda trabajo.

Nuestra sociedad ha pecado en varias ocasiones de infantilizada, asumiendo que otro héroe vendrá a salvarla, como buena doncella tóxica. Creyendo ingenua, que se puede recomenzar sin pagar un precio, que un buen berrinche soluciona las cosas y que el revanchismo es una demostración de honor viril y digno. Así nos ha ido. 

Ser adulto es sobre todo ser libre y por lo tanto responsable y hoy tenemos un chance de demostrar que, como pueblo, ya no estamos en la edad del burro.