Finados

Ángel Polibio Chaves

Para quienes nacimos poco después de la mitad del siglo pasado, los ‘finados’ tienen un especial significado: junto a la nostalgia por la feria en una de las calles más céntricas de la urbe, en donde en irregular hilera se apostaban pequeñas carpas en las que podíamos encontrar verdaderas maravillas en hojalata, madera y barro, vivíamos una paradójica experiencia entre la alegría de meter la muñequita de pan en el plato repleto de colada morada y la tristeza de nuestros padres que, en especial en esa fecha, recordaban intensamente a las personas a las que habían amado y ya no estaban.

El fondo de una hermosa película mexicana que se exhibió hace un par de años podría resumirse en aquello de que las personas solo mueren cuando se las olvida. No importa si ha pasado mucho tiempo de su muerte o es reciente su partida, su recuerdo las mantiene con nosotros y aunque se dice que los recuerdos no abrazan, desde luego que abrigan el corazón.

No podemos dejar de tener presente que la esencia de nuestro ser está allí, en esa tumba de quienes no solo nos dieron la vida, sino que fueron nuestros guías, nuestros maestros, nuestro consuelo; que junto al pan de cada día nos entregaron su alma, su sabiduría, su forma de entender las cosas, su ternura y claro está, su ejemplo. Por eso no podemos olvidarlos, porque pretender hacerlo sería tratar de negarnos a nosotros mismos, casi como pretender que frente a un espejo no quisiéramos que se reflejen nuestros movimientos.

Por eso caminamos por los senderos de los cementerios respetuosamente, quizás para poder compartir en el fondo de nuestro ser el sonido de sus silencios. Decía el poeta, “¡qué solos se quedan los muertos!”, a veces podemos decir en su ausencia, que también nosotros nos quedamos solos.