Álvaro Peña Flores
Queremos renacer, queremos un ambiente de paz, queremos que la luz llegue a nuestras vidas, queremos que el mundo cambie, queremos que todo lo bueno, lo positivo, lo que genere valor, nazca y crezca. Ese es el verdadero anhelo que se plasma en cada uno de quienes anhelamos una feliz navidad.
Ha sido un año verdaderamente difícil para muchos en todas las esferas en las que nos desenvolvemos, tanto en lo económico, en lo político como en lo social. Sin embargo, en el fondo siempre queda un resquicio de esperanza por días mejores, días cargados de bendiciones, de parabienes, de amor. Más allá de los clichés navideños, y del tinte comercial y consumista que esta época se ha convertido, queremos y anhelamos mejorar.
Ha nacido un salvador, de eso estamos convencidos los creyentes, los que no, al menos sabemos que es una época de reconciliación, o eso se ha predicado por siglos. El sentimiento, el personaje o el objetivo, ha nacido, pero lo ha matado el egoísmo, la maldad, el resentimiento y la hipocresía; esta época es para matar todo aquel sentimiento que hizo daño en la familia, en los lugares de trabajo, en la comunidad, con los amigos y allegados. Muerta la causa del mal, el bien puede resurgir y hacerse ver, porque nunca ha dejado de nacer.
Queremos una mejor familia, empecemos por ser mejores hijos, padres y hermanos. Queremos un mejor presidente, empecemos por ser mejores ciudadanos. Queremos mejores jefes, empecemos por ser mejores trabajadores. Queremos una sociedad mejor, empecemos por ser buenos vecinos. Lo demás vendrá por añadidura. La convulsión social la hacemos desde nuestros espacios. Quizá necesitemos violencia, pero la que viene del corazón que te permite perdonar y amar al prójimo sin esperar que cambie por alegrar a los demás.
Es un deseo de feliz navidad.