La estabilidad laboral de Don Alfonso

Nicolás Merizalde

Alfonso Espinoza de los Monteros se despidió de las pantallas con un llamado a los jóvenes para no caer y recaer en el pesimismo que atora la voluntad de los ecuatorianos. Conmovedor. Resulta interesante hacer una lectura generacional sobre lo que simboliza su salida del mundo laboral y lo que le pide a los imberbes que apenas ingresamos.

¿Hay motivos para el optimismo en el mundo que nos toca vivir? Como siempre, la respuesta más inteligente es dependiendo de las expectativas y los valores que persigan las nuevas generaciones. A diferencia de los primeros años de Alfonso, el mundo es mucho más especializado, competitivo y fugaz; lo que deja a los empleos de larga data como el de nuestro querido Don Alfonso en franco peligro de extinción. Por otro lado -puede que por no haber- las aspiraciones de permanencia se reducen abruptamente en millennials y z. Estudiamos carreras por el gusto de estudiarlas, pero no existe ninguna seguridad de que lleguemos a practicarlas o no durante toda la vida. Incluso puede que estas no existan en un futuro próximo tras la llegada de la IA.

En contraste, con la generación de nuestros abuelos o nuestros padres, la permanencia y la estabilidad ceden espacio al cambio y la reinvención constante (lo que también implica incertidumbre y precariedad). En Ecuador tener empleo formal es un lujo que los sindicalistas protegen con garras mientras demandan exigencias del siglo XX y los estudiantes con títulos obsoletos bajo el brazo se unen a la marea de la informalidad y engrosan la tasa, de por sí obesa, del desempleo. Eso explica la movilidad familiar, la baja en la natalidad y otras cosillas que están cambiando el mundo.

No sé si habrá espacio para el optimismo, pero como Don Alfonso es el ecuatoriano con más alta credibilidad (y ese será el espacio más difícil de llenar), prefiero pensar que sí.