Sin presente, sin futuro

Valeria Mesías Rodríguez 

Valeria Mesías Rodríguez 

Este 20 de noviembre se conmemora el Día Mundial de la Infancia. A menudo nos conmueven las fotografías de los niños de África por la situación de pobreza extrema y marginalidad en la que viven. Asimismo, en América Latina se habla del crecimiento exponencial de la población infantil; del embarazo adolescente como fábrica de pobres (lo declaró la misma ONU); y también sobre desnutrición, trabajo infantil, mendicidad, maltrato e incluso suicidio infantil.  

Según un estudio de Unicef (2018), los 29 países más desarrollados del mundo y con mejor situación para la infancia están encabezados por Países Bajos, seguido de cuatro países nórdicos. ¿Pero cómo alcanzar dichos niveles en una región como América Latina en donde aproximadamente 12 millones de niños, niñas y adolescentes están fuera del sistema educativo; en donde 46.2% de niños y niñas de 0-14 años viven en la pobreza; en donde 4.8 millones de menores de 5 años sufren desnutrición crónica; en donde un 63% de menores de 15 años experimentan algún tipo de maltrato físico o psicológico en el hogar; en donde la tasa de homicidio adolescente es 5 veces más alta que la media global (Unicef, 2020)? 

En el Ecuador (un país de 18 millones de habitantes, de los cuales 6 son niños, niñas y adolescentes), la situación no es muy distinta. El 27% de niños menores de 2 años tiene desnutrición crónica (el segundo mayor índice en América Latina), en los niños indígenas la cifra asciende al 38%. Más de 250 mil niños están fuera del sistema educativo ecuatoriano y el 50% padece maltrato físico y psicológico en sus hogares. Estos indicadores son graves en países de ingresos bajos como el Ecuador. Algunas de las consecuencias futuras serían la reproducción de la marginalidad, la violencia y la precariedad de la vida encarnada en las nuevas generaciones. Paradójicamente, todos felicitan a los niños, pero nadie habla del futuro.

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