Los Andes

Yveth Romero Padilla

Yveth Romero P.

Los ecuatorianos tenemos la suerte de vivir en una zona del planeta donde se mezclan las selvas tropicales y la majestuosidad de los volcanes y nevados. Una suerte de mixtura maravillosa y mágica tanto de flora como de fauna, adaptados a la singularidad de su clima.

Explorar los Andes ecuatorianos es adentrarse en un universo de maravillas naturales, ahí encontramos al camello más pequeño del planeta, a un ratón pescador, al ave de rapiña más grande el mundo; a un oso que jamás inverna, una fantástica niebla que baña y bendice los bosques; la extraña y maravillosa relación de un colibrí con la chuquiragua… Es una experiencia que despierta los sentidos, alimenta el alma y deja una impresión duradera en el corazón de aquellos que tienen la suerte de visitar nuestro país.

Frente a los poderosos volcanes activos, la nieve perpetua, las lagunas azules y turquesas, no podemos negarnos la posibilidad de encontrar la presencia de Dios en las leyes que rigen la naturaleza. Ningún adelanto científico o tecnológico podrá igualar la mágica convivencia de las montañas y sus árboles, del desierto y la fauna que “por alguna razón” se adapta a condiciones extremas de frío o sequedad. Belleza, orden, equilibrio, armonía y justicia; aquí nada está demás, ni de menos, nada estorba, nadie se queja de su destino y todo funciona bien.  

En un mundo cada vez más urbanizado y desconectado de la naturaleza, los Andes ecuatorianos nos recuerdan la importancia de preservar y valorar la belleza y la diversidad de nuestro planeta: agua pura y cristalina que brota de entre las rocas, o aquella que se desborda de un deshielo, cascadas frías y riachuelos hirvientes; mariposas, orquídeas, sapitos y culebras; sin duda, la muestra de una clara convivencia, regida por la justicia que marca el sentido de la vida.

Nueva Acrópolis Santo Domingo