La virtud de la generosidad

Gabriel Villalva Cassanello

Gabriel Villalva C.

La generosidad, desde la perspectiva de la filosofía acropolitana, adquiere un significado profundo que va más allá de simples actos altruistas. En este enfoque filosófico, la generosidad se considera como una manifestación de la virtud ética que busca el bien común y la armonía en la polis. 

La generosidad no es solo la disposición a dar materialmente, sino también la entrega desinteresada de tiempo, atención y compasión hacia los demás, fundamentalmente un darse a sí mismo. 

Desde la antigüedad, los pensadores, como Aristóteles, sostenían que la generosidad es esencial para la construcción de una sociedad justa y equitativa. En este contexto, la generosidad no solo implica la distribución de recursos materiales, sino también el fomento de un ethos comunitario que promueve la solidaridad y el bienestar colectivo. De ahí la necesidad que se convierta en un ejercicio cotidiano y no únicamente en una respuesta reflejo de una fecha particular en el año. 

La generosidad va más allá de la mera caridad, buscando establecer una conexión profunda entre los individuos y la comunidad, es un lazo que genera y une. La generosidad, según esta perspectiva, se convierte en un acto filosófico que busca trascender las diferencias individuales y promover la colaboración en pos del bienestar general. 

En lugar de ver la generosidad como un acto aislado, podemos concebirla como una actitud continua que debe impregnar todas las esferas de la vida social y política. La generosidad no solo contribuye al florecimiento personal, también nos permite descubrir y fortalecer nuestro ser interior, ese que se sustenta en nuestras virtudes. Nos permite trabajarnos internamente y transformar también la realidad que nos rodea. A la manera del viejo símbolo del hacha de doble filo, podemos así realizar un trabajo interno y externo.

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