La caverna

Yveth Romero Padilla

Recordemos uno de los mitos más conocidos del filósofo Platón, el mito de la Caverna. Imaginemos una caverna bajo tierra, en ella están personas sentadas de espaldas a la entrada y de cara a la pared; cautivos, atados con cadenas, y solo pueden mirar hacia la pared del fondo, no hay luz natural, por lo que se hace necesario el fuego y entre el fuego y los espectadores hay una pared, en la que se reflejan las sombras de objetos que es lo único que estos pueden ver. La pared-pantalla tiene eco, y los cautivos creen que son las palabras que pronuncian los hombres que transportan los objetos de las sombras. Esas sombras son la única realidad que ellos conocen. Los prisioneros no ven el sol, sino el fuego; no oyen la voz del hombre, sino el eco o la sombra de su voz.

 Ellos viven entre sombras de sombras. No tienen conciencia de sí mismos ni de lo que les rodea, están atados, y no pueden concebir otra realidad distinta o que exista otra vida diferente de la que viven y han vivido siempre. Platón afirma que los prisioneros de la morada subterránea son iguales a nosotros. Es momento de preguntarnos ¿vivimos hoy en una caverna?, ¿satisfaciendo los deseos que nacen de la propaganda, aquella que nos dice que tomando cual o tal gaseosa lograremos ser más felices, aquel que nos habla de invertir nuestro tiempo y dinero solo a la consecución de cosas materiales? ¿y nuestra alma? ¿dónde queda nuestro desarrollo espiritual? ¿es que no nos hemos dado cuenta que pese a conseguir todo lo material posible, siempre queda algún vacío que no podemos comprender? Tenemos de nosotros mismos y de lo que nos rodea visiones deformadas por los prejuicios, pasiones, modas y distorsiones de toda índole, que nos mantienen encorvados y fija la mirada en una sola dirección: los intereses de los amos de la caverna.

Nueva Acrópolis Santo Domingo