Boomerang

Valeria Mesías Rodríguez 

Valeria Mesías Rodríguez

En estos dos años, presenciamos varias olas migratorias como consecuencia del estado de crisis y convulsión socioeconómica que aqueja la economía nacional y regional. Según las cifras oficiales, de enero a diciembre de 2021, migraron 81.000 ecuatorianos. En 2022, solo en el mes de septiembre, migraron 21.000. De acuerdo con los expertos, al terminar el 2022, habrían más de 100.000 ecuatorianos fuera de su país. Estas cifras no contemplan a las personas que han salido del país de manera ilegal. El destino principal es Estados Unidos.

Por otro lado, respecto a la posibilidad de la exención de la visa Schengen recientemente planteada para los ecuatorianos, la comisaria europea de Interior, Ylva Johansson, dijo que Ecuador aún no está listo para beneficiarse de ello, debido a las altas tasas de rechazo de visados. Esta decisión complica todavía más la situación migratoria de miles de ecuatorianos hacia destinos en Europa. 

Vivimos en la era de las migraciones: venezolanos, mexicanos, colombianos, ecuatorianos, argentinos, centroamericanos, arriesgando la vida por cruzar las fronteras; queriendo escapar de esta región agobiada por la maldición de la abundancia, la corrupción y la desigualdad social. 

Ante la crisis socioeconómica, de empleo y de seguridad, las poblaciones jóvenes e incluso de profesionales que no consiguen movilidad social ni calidad de vida en sus lugares de origen, buscan oportunidades en el extranjero

El país nos arroja, nos lanza lejos. Esto, a veces, posibilita el progreso individual o familiar (y las remesas siempre son buenas), pero cuando la migración se vuelve masiva, se despoja al país de sus mejores posibilidades de salir adelante y desarrollarse con mano de obra e intelecto propios. Y esa es la trampa. Como país, somos el ratón corriendo en la rueda, sin nunca poder alcanzar el queso.

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