Historia de una mirada

Por: Pablo Rosero Rivadeneira

A inicios de 1931 el Ecuador vivía con entusiasmo los preparativos del vigésimo quinto aniversario del prodigio de la Dolorosa ocurrido la noche del 20 de abril de 1906. Surgió entonces la iniciativa de ofrecer un precioso marco para la imagen con joyas donadas desde todos los rincones del país.

El caballero quiteño Alfredo Escudero Eguiguren entregó un magnífico brillante para la imagen pero no alcanzó a verlo colocado: intentando salvar la vida de un trabajador se contagió de paludismo y murió a los pocos días. Aún faltaban años para que un ilustre médico, el Dr. Jaime Rivadeneira, consiga erradicar esta enfermedad de los valles cercanos a Quito.    Para ser coherente, la fe necesita encarnarse en el servicio.

Veinticinco años antes, dos artistas, el fotógrafo José Domingo Lasso y el pintor Antonio Salguero y dos profesores de ciencias, Carlos Egas Caldas y José María Troya – hermano del insigne Rafael Troya – integraron la comisión de físicos que analizó el hecho sucedido.    Su informe concluyó que el acontecimiento “no puede explicarse por causas naturales”. La fe trasciende los límites humanos y permite construir esperanza.

En 1956 el Papa Pío XII concedió la coronación canónica de la imagen. El día de la ceremonia, el presidente Velasco Ibarra entregó la corona al Cardenal Carlos María de la Torre quien la ciñó a la oleografía.   Un poeta ibarreño, el P. Carlos Suárez Veintimilla, escribió un poema en el que corona a la Virgen, no con oro, sino “con estas pobres piedras del camino”. La fe es solidaridad horizontal y no caridad vertical.

La mañana del 20 de abril del 2021 María nos volvió a mirar, pero de un modo diferente.   Sus ojos eran los de las madres que desafían a la pandemia para dar de comer a sus hijos.  Sin oro, sin homenajes, sin joyas. Asidas únicamente a la esperanza para resistir nuevamente al pie de la cruz.