Por: José Albuja Chaves
Ibarra, a más de su fundación española el 28 de septiembre de 1606, acopia un nuevo arranque y despertar rehaciéndose de sus propios escombros y cenizas cuando el 28 de abril de 1872, luego de que, con signos supremos de fortaleza y decisiones patrióticas de mucho valor humano, reconstruyeron su ciudad e iniciaron una nueva historia el 28 de abril de 1872, dejando atrás de sí la temporal Santa María de la Esperanza, en que emprendieron la luz del Retorno al suelo de siempre, para continuar escribiendo una nueva historia e insertarla en el camino ya trazado más de dos siglo atrás.
Esta ciudad de Ibarra se hace notar con su arraigado sentido de defensa de los valores terrígenos y de la consolidación de lograr una libertad digna y por siempre para sus habitantes ante la opresión todavía dominante cuando respalda y apoya a Bolívar en su batalla singular y omnipresente del 17 de julio de 1823.
Pero en su devenir histórico surgen otros acontecimientos que conserva en su memoria histórica y que hablan de su entrega a las mejores causas de su pueblo y de su patria. Que hablan de una urbe pujante, decidida a custodiar su historia y su inclinación permanente a la libertad y convencida de que sus hijos deben aportar para la consolidación de una patria libre y soberana.
Con sobrados méritos y resaltando sus aportes a la libertad el Consejo Gubernativo del Gobierno Supremo de Quito la elevó a la Villa de Ibarra a la condición de Ciudad el 11 de noviembre de 1811, y 18 años después Simón Bolívar el 2 de noviembre de 1829 ratificó aquella condición con su presencia física firmando y sellando de su puño y letra el Decreto que reconoce, una vez más, a Ibarra como Ciudad.
Hoy, precisamente, se cumplen 149 años de la gesta del Retorno. Claro que la pandemia de contagio exponencial no permite celebraciones festivas ni presenciales, pero hay que lamentar, eso sí, y con énfasis, el crimen conferido a la historia citadina cuando por artilugio de protagonismo político, se la enterró a la propia ciudad de Santa María de la Esperanza bajo una lápida de cancha deportiva, para la cual no hay asomo de una nueva Ave Fénix que la rehaga desde sus propias cenizas funerarias.