Álvaro Peña Flores
Cada inicio de año, el ser humano no se plantea sino se interpone metas, objetivos y proyectos que cumplir. Todos giran en torno al bienestar personal, a la comodidad financiera y al amor ideal. Se trabaja el cuerpo para moldearlo, se trabaja mucho para tener más dinero e inconscientemente cumplidos los dos objetivos anteriores, se busca el amor ideal. Todo debe ser equiparado a nuestra medida y razón. Es la medida de la vida exitosa, o al menos eso nos han hecho creer los gurús modernos sobre el concepto de felicidad.
Por suerte, aún tenemos herramientas que nos ayudan a discernir con sensatez la vida y los acontecimientos que ocurren en el diario vivir. Me refiero al estoicismo, específicamente el practicado por Marco Aurelio. “Pero el hombre feliz es el que labra una buena fortuna; y una buena fortuna no consiste en otra cosa que las buenas inclinaciones del alma, los buenos deseos y las buenas acciones”.
Con esta premisa nos da el secreto de la felicidad, que se contrapone con las filosofías modernas que evitan el sufrimiento, incentivan el egoísmo y la idolatría y el culto al cuerpo. Se trata más bien de adoptar a través de la práctica diaria una vida virtuosa con el dominio de la propia persona y sus pasiones. Como él mismo lo menciona, en el cambio de mentalidad y la actitud que el ser humano adopta frente al bien o al mal que se le presente, está el secreto de la felicidad.
Ni las sesiones espiritistas ni las terapias son tan efectivas como el recogimiento de la propia alma y el conocimiento autopersonal que se debe adoptar como buen hábito para encontrar sentido a la vida y, por ende, obtener la sabiduría y la virtud que nos llevan a ser felices. Quizá no logremos ninguno de los proyectos planteados este año, ojalá encontremos la sabiduría que nos hace falta para entender el porqué.