Ecuador ha experimentado un progreso moral digno de aplauso. Hasta hace pocos años, todavía era posible ser abiertamente racista en Ecuador. En un momento de indignación ante la situación del país se podía, “con el perdón de los presentes”, perder la cabeza y argumentar a viva voz los más escandalosos prejuicios raciales.
Alguien de buena estirpe y del color adecuado podía dejarse llevar por la rabia en una disputa y disparar insultos explícitamente racistas. Ahora ya no. Hemos adoptado el mismo exquisito racismo del Occidente civilizado, ese que jamás se admite y siempre tiene una excusa.
El mundo actual no tolera atacar a alguien simplemente por su apariencia; hay que mantener las formas. El racismo civilizado requiere coartada. Por ejemplo, una institución poderosa, da igual si la policía, la prensa o el sistema educativo, no puede infiernizarle la vida a alguien de un grupo étnico sin motivo, pero sí puede lanzarse sobre esa persona sin piedad si es que incurre en una falta.
No importa que no persigan con el mismo brío a las personas de “buena raza”; lo que vale es contar con una excusa para poder decir “no se victimice; no es porque sea (indio/longo/negrocholo/etc.), sino por (corrupto/violento/delincuente/vago/drogadicto/etc.)”.
Todo el que nace con el color de piel equivocado aprende desde pequeño que no puede darse el lujo de regalarle excusas a la raza rectora y que es ingenuo, suicida, asumir que tiene derecho a la misma cuota de tolerancia, indulgencia y compasión que sus pares de buen color.
Por eso es inevitable sentir rabia contra el alcalde Jorge Yunda. Él sabía que no podía regalar excusas. Pudo haber sido el funcionario competente, íntegro y eficiente que rompiese una serie de prejuicios en la “ciudad española en el Ande”, pero prefirió obsequiarles coartadas perfectas a sus inquisidores. Creyó que tenía derecho a cometer las mismas indelicadezas y desprolijidades que sus predecesores de genealogía y fenotipo apropiados, y no es así. Nunca ha sido así.
Ahora no queda sino apretar los dientes y aguantar en silencio los vítores y celebraciones de los centinelas del sistema. Yunda sabía cómo eran, pero en algún momento olvidó lo que era él para ellos. Ya vendrá alguien mejor.