¿Y si los desconectamos?

Lorena Ballesteros

Las personas que crecimos fuera del entorno de Internet recordamos la infancia y los primeros años de la adolescencia en sepia. Sí, en sepia, porque nos invade la nostalgia de las dinámicas al aire libre, de las conversaciones telefónicas sin distracciones, ni emoticones, de desordenar habitaciones propias y ajenas con juegos guiados por la imaginación. En nuestro tiempo aburrirse era una posibilidad. Ahora, el aburrimiento de un niño o de un preadolescente se mitiga con un dispositivo digital. Hacer scrolling en la galería de fotos; crear un tablero en Pinterest y obsesionarse con lo aesthetic; revisar redes sociales; mirar videos en YouTube y creerse todo lo que profesa un influencer; jugar videojuegos hasta confundir realidad y fantasía; subir historias de cualquier cosa; tomarse selfies; revisar estatus, son formas vigentes de mermar el aburrimiento. Lo curioso es que los chicos ahora se aburren solos o acompañados. Es decir que, aunque estén en grupo, cada uno está más pendiente de su aparato y de la realidad virtual que de lo que ocurre ahí mismo con sus amigos. Los dispositivos drenan su imaginación y su voluntad.

Quizá es fácil decirlo para alguien que creció sin las amarras de la tecnología. Pero, me parece imprescindible que desconectemos a nuestros hijos. Los horarios para uso de los dispositivos móviles deben ser regulados rigurosamente en las escuelas, en casa y también en espacios sociales. Como padres podríamos promover una ola de planes de juego sin dispositivos. Que cuando nuestros hijos inviten a sus amigos a casa la premisa sea: teléfonos en una canasta. No les sucederá nada si no pueden documentar con fotos y videos todo lo que hacen. Y, sin embargo, sí les puede afectar que continúen documentando todo lo que hacen: solos o acompañados.

Los estudios más recientes, realizados por Mayo Clinic, entre otros, hablan de los efectos del uso indiscriminado de pantallas en menores de edad: horarios inadecuados de sueño y falta de horas de sueño, irritabilidad, falta de habilidades sociales, problemas de atención y obesidad. Por su parte, la Academia Americana de Pediatría y la Sociedad Canadiense de Pediatría en un estudio alerta sobre la necesidad de controlar la exposición de los niños a las pantallas incluso por la cantidad de radiación que emiten y por las enfermedades mentales que puedan ocasionar: psicosis, bipolaridad y trastornos de vinculación.

Los efectos que producen son reales. Estoy consciente de que prohibir no es la solución, pero sí proponer, limitar, reducir, moderar. Si los adultos nos unimos en crear políticas normativas conseguiremos que las futuras generaciones no se conviertan en personas ansiosas, inseguras, depresivas e incluso más agresivas.