Vorágine repetida

De la protesta aislada pasamos a un levantamiento indígena combinado con zozobra social por varios errores redundantes del gobierno. El mal planificado apresamiento de Leonidas Iza aceleró la uniformidad del reclamo indígena en distintos niveles y apresuró la inconformidad crónica del campo en torno al primer año de mandato de Guillermo Lasso. Un relativo triunfo de la narcopolítica disfrazada tras el correísmo populista, un desvío de atención frente al tráfico de drogas y caos de un país en nueva severa crisis.

¿Protesta o terrorismo? ¿Quién financia la movilización de supuestos manifestantes que han logrado desabastecer mercados y paralizar la producción agraria? ¿Por qué se repiten los acontecimientos bochornosos y escenarios de adefesio del octubre 2019? ¿La misma fachada e intención golpista contra la democracia? ¿Por qué esperar caer en la infamia y chabacanería de hordas de delincuentes infiltrados tras el supuesto derecho a la protesta ‘pacífica’? ¿No son otra vez ríos de suciedad los que se han vertido en las redes sociales gracias a la incompetencia de malos funcionarios encargados de la política de comunicación oficial? ¿Existe algún plan eficaz para sobrellevar el caos?

Sin duda el miedo empobrece el pensamiento y esconde las realidades crudas que nos agobian. El paro violento de junio 2022 encubre la dirección que sigue la pésima educación, adoctrinamiento y la ignorancia desbordante de la clase política. Un termómetro de bajas pasiones y de la violencia en los tiempos de post-pandemia, hambruna y desempleo. Convivimos en una degradación de la protesta social, hasta tal punto que ya no es protesta sino terrorismo falaz. Esta vez la cobardía, apatía y vanidad de la autoridad aunó todos los males y estrenó la desesperación masiva ante la penuria.

La estampida social del momento demostró que no hay un proyecto de país, justo, equitativo e incluyente, que asegure mejores condiciones de vida. Demostró a las élites que alguien puede tomar las formas de lucha pregonadas por el correato, el disfraz del socialismo indo-americano y el mariateguismo radical de sanguijuela. Hemos visto cómo han convertido la protesta social en un campo de guerra y el saqueo en engañabobos. Es que no podemos defendernos ante los embates insoportables alcanzados: secuestro de policías, extorsión de salvoconductos, mercenarios extranjeros dirigiendo acciones delictivas, ataques a pozos petroleros… No olvidemos que los extorsionadores son los victimarios y no las víctimas. Principio hoy tan invertido.

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