Un pueblo tonto

Indigna pensar en cuántas pequeñas cosas tuvieron que hacerse mal, para que una gran tragedia —la desaparición aún no esclarecida de María Belén Bernal— se suscitara. Son tantas que ameritan un vergonzoso recuento; y vale emplear el impersonal —“se”— porque, cuando el absurdo ya es generalizado, de nada sirve señalar a particulares.

Para empezar, se permitió el ingreso de una persona y de un vehículo no autorizados a un recinto policial, a una hora absolutamente atípica. Se toleró que policías—gente cuyo trabajo implica usar armas y la fuerza física, que representan a la autoridad y deben servir de ejemplo— introdujesen e ingiriesen bebidas alcohólicas en la escuela donde los oficiales se forman. Se dejó que un oficial, instructor además, confraternizara en circunstancias inapropiadas con sus subordinados. Se permitió, en plena escuela, un escándalo que los propios policías no hubiesen permitido en la vía pública o en un barrio cualquiera, y se guardó silencio ante hechos e indicios que hubiesen ameritado una intervención firme en cualquier otra circunstancia.  Se dio la salida de un vehículo en condiciones que violan los más elementales principios de seguridad y preservación de una instalación policial de ese tipo.

Se dejó pasar un tiempo absurdo antes de denunciar la desaparición. Se dejó escapar al principal sospechoso, pese a que se lo tuvo ocho horas detenido, se lo interrogó y se le extrajo una versión gritantemente sospechosa. No se llevó a cabo el seguimiento pertinente, ni se pudo dar con él, ni con la desaparecida, durante las primeras valiosas horas, cuando todavía suele existir esperanza de que los hechos se esclarezcan plenamente.

A la larga, el principal y verdadero error fue permitir que personas tan incompetentes e inaptas llegasen a obtener un puesto en la Policía y en la Fiscalía. Sin embargo, para que eso se produjese, también tuvieron que fallar los sistemas de selección, el sistema educativo, la crianza fundamental y el propio tejido social.

La falta de inteligencia, la poca idoneidad, no tiene cura. Ante la ineptitud de un pueblo, no queda sino dejar que las fuerzas de la historia y la naturaleza hagan su trabajo. Y lo harán.