Un país sin rumbo

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Carlos Freile

Asistimos a una paulatina pero constante destrucción de la institucionalidad en nuestro país, nadie sabe hacia dónde vamos. Hasta hace pocos días defendía a rajatabla al gobierno de Guillermo Lasso, hoy tengo muchas dudas, en conciencia, muchas.

Sin ser fundamental: la ridiculez de disponer que se derroque el edificio donde se cometió un crimen pasional. ¿Qué sentido tiene?

La destitución del ministro Carrillo no tiene nombre ni explicación sensata.

Ha cedido frente a las exigencias de los subversivos maoístas de junio; caso gravísimo el de la educación: ha renunciado al papel del Estado al aceptar “garantizar el ejercicio de la autonomía completa, orgánica y política del Sistema de Educación Intercultural Bilingüe y etnoeducación”. ¿Por qué en un estado republicano, en el cual todos deberíamos ser iguales en derechos y deberes, se cede autonomía en la formación de las futuras generaciones a un sector de la población? ¿El ministro de Gobierno, la ministra de Educación, los asesores, no han leído el libro ‘Estallido’? ¿No se dan cuenta de que se les abre las puertas a los subversivos para preparar cuadros revolucionarios violentos, so pretexto de “interculturalidad” y de ‘etnoeducación’ ? ¿No han visto las fotos de los Guardias Indígenas ya organizados en contra de la ley?

En un artículo anterior señalaba que muchos ecuatorianos nos percibimos totalmente ajenos a los conocidos diálogos (ilegítimos para mi criterio); constato una vez más que allí nadie nos representa a todos, repito: nadie, ni los subversivos, destructores no solo de bienes sino de la misma institucionalidad; ni los representantes del gobierno, incapaces de decir no; ni los mediadores, que dan muestras de no mediar; de los “facilitadores” mejor ni hablar. La mayoría nacional está ausente de un supuesto diálogo que involucra a todos. Y los asambleístas dedicados a sus devaneos narcisistas  sin mover un dedo en defensa de quienes los eligieron, piensan en su futuro e ignoran el de las mayorías.

No se admiren si dentro de algunos años, no demasiados, nuestro país habrá dejado de existir.