Durante décadas, Ecuador ha estado condenado a repetir el mismo ciclo. Primero, la gente abraza la democracia llena de esperanza. Luego, la desigualdad extrema y la falta de educación conducen al ascenso de un caudillo. Cuando el caudillo agota las posibilidades del sistema, se produce un golpe de Estado o una dictadura que termina con su régimen. Después, inexorablemente, la dictadura o el régimen advenedizo desembocan en una terrible crisis económica y de representación que exacerba aún más la desigualdad y la ignorancia. La única solución ante ello es volver a la democracia, lo que se hace a través de una Constitución que refleja el espíritu político del momento, pero con un pueblo que sigue hundido en la desigualdad extrema. Luego, esta democracia conduce nuevamente al ascenso de un nuevo caudillo, y todo empieza otra vez.
Ecuador se encuentra ahora a las puertas de un nuevo ciclo, que arrancó tras el derrocamiento del antiguo caudillo y termina con estas elecciones. En el proceso, hemos vivido una Constitución y unas elecciones (las de 1998), que inauguraron una nueva democracia, un nuevo caudillo que surgió (Rafael Correa), un disimulado golpe de Estado (el del Consejo de Participación Ciudadana Transitorio) que desarmó su régimen y una crisis horrenda (la actual). Ahora, como siempre, tenemos unas elecciones arbitrariamente blindadas contra el caudillo, tal y como las de 1998 estuvieron blindadas contra Abdalá, las de 1979 contra Assad Bucaram o las de las décadas anteriores contra Velasco Ibarra. Arranca un nuevo ciclo.
Todavía es demasiado temprano para determinar quiénes fueron los culpables de que otra vez hayamos jugado a Sísifo durante dos décadas, pero es justo pensar que ya hemos roto el maleficio. Quien sea que venza el domingo, tendrá poder y recursos muy limitados. Los diferentes grupos estarán condenados a negociar, a pactar y, poco a poco, reformar sustancialmente o reemplazar la Constitución de Montecristi. Por primera vez en su historia, Ecuador ya no es un país joven ni pobre, sino un país mayoritariamente de edad y renta media, con una población más educada, globalizada y comunicada que nunca antes. Bajo estas nuevas circunstancias, es muy difícil que vuelva a surgir un nuevo caudillo.
Daniel Márquez Soares
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