Solución o no

Estos días de marzo fueron candentes, con audacias al límite como la de los dos “banqueros prófugos” que, gracias a las enormes cantidades de dinero que amasaron ilícitamente y a la corrupción reinante — en parte sembrada por los mismos, a todo nivel y con el auspicio de abogados incrustados en el poder político y de similar calaña—, se atreven a demandar al Estado en cínica actitud seguros de su poder.

¿Cómo confiar en los gobiernos, si a cada paso conocemos las infamias más grandes que se producen dentro del sistema, en todos sus estratos, que evidencian una metástasis de ambiciones de toda clase y conducen hacia la tragedia social?

La clase política, incluida la justicia, es un lodazal de intereses que reflejan una sociedad desorientada y desencantada que ve inerme el desarrollo del acontecer y se resigna. En la red hay voces indignadas, unas con buena fe y otras no —se dice de todo—, pero nadie es capaz de liderar las masas, salvo grupos con intereses puntuales. Ecuador vive en desolación y desamparo. Lo único que levanta ánimos son los triunfos de la selección y de los valientes deportistas que ganan medallas, en tanto los politiquillos buscan fotos y abrazos para vender sus hipócritas imágenes.

Si no alcanzamos pronto un baño de verdad nuestra sociedad estará perdida. ¿Cómo lograrlo? Ahí está el dilema, puesto que el sistema “democrático” opera un mecanismo electoral de alta incertidumbre, que supera toda voluntad popular y  se burla en tanto se acomoda a los intereses de cuanto oro corra sobre el río en el que unos pescan más y otros menos.

Los académicos ofrecen discursos con soluciones que teóricamente suenan coherentes, pero llevarlas a la práctica y corregir la miseria ética de la supuesta clase dirigente no es asunto teórico, sino que se construye con límpidos ejemplos que no aparecen en el horizonte.

Parece que el continente de norte a sur padece estos terribles males. Hay poca esperanza de cambios positivos en cualquier dirección, porque el poder que distribuye beneficios impera como un caballo apocalíptico sobre la raza de  pícaros. Si esa es la norma de los tiempos, ¿qué esperanza queda a los pobres ciudadanos, que siguen su honesto camino con una carga de sufrimientos, que parece que nunca tendrá solución? Se perciben días difíciles en los que la emergencia de la izquierda puede generar una contraparte fascista.