Odisea educativa

Sara Salazar

En el Ecuador de 2023, miles de jóvenes enfrentaron una vez más el desafío del examen de ingreso a la universidad. Esta prueba, que representa una oportunidad y un desafío, arroja luz sobre los problemas profundos de nuestro sistema educativo y la necesidad urgente de reformas audaces. El examen de ingreso a la universidad es una prueba de fuego para los jóvenes que buscan acceder a la educación superior. Aunque representa una oportunidad para el progreso personal y profesional, también pone de manifiesto las debilidades sistémicas que aquejan a nuestro país.

La desigualdad en la preparación y en los recursos disponibles para los estudiantes se traduce en una brecha educativa profunda. Mientras algunos llegan bien preparados y con amplios recursos, otros luchan contra un sistema que no les brinda las mismas oportunidades. Esto es un ejemplo de las consecuencias de políticas educativas insuficientes y de una administración ineficaz.

La solución no radica en la intervención estatal masiva o en la burocracia educativa que ahoga la innovación. Al contrario, debemos fomentar la competencia y la libertad de elección en la educación. La verdadera reforma implica descentralizar el sistema educativo, brindar a los padres y estudiantes la posibilidad de elegir la mejor opción para sus necesidades individuales, y premiar a las instituciones educativas que demuestren excelencia.

Es hora de cuestionar la idea de que el acceso a la educación superior debe depender exclusivamente de un examen. Si bien la meritocracia es un ideal noble, no debemos ignorar que hay muchas formas de evaluar el potencial de un estudiante. El énfasis debe ponerse en el desarrollo de habilidades prácticas y conocimientos que sean relevantes para el mundo laboral, además de una educación que fomente la creatividad y el pensamiento crítico.

La situación de quienes tomaron el examen de ingreso a la universidad en Ecuador en 2023 nos muestra que es hora de repensar nuestro sistema educativo en su totalidad. No es suficiente hacer pequeños ajustes. Necesitamos una reforma radical que promueva la competencia, la innovación y la igualdad de oportunidades para todos.

Recordemos que la educación es la base de un país próspero y equitativo. Dejemos de lado las políticas obsoletas y las soluciones a medias y trabajemos juntos para construir un sistema educativo que empodere a los jóvenes ecuatorianos y les brinde un futuro lleno de posibilidades. La educación no debe ser un privilegio, sino un derecho al alcance de todos.

A mi hermana Sofia de 18 años, en quien me inspire al escribir esta columna quiero decirle que no se desanime por no obtener cupo por segunda vez en la carrera de Medicina en una universidad en Guayaquil. Estoy segura que se convertirá en una gran médico en el futuro.