Resistencia civil

Franklin Barriga López

En la Sala 43, de la National Gallery de Londres, dos activistas de la organización Just Stop Oil, han lanzado latas de sopa caliente sobre el cuadro ‘Los girasoles’, de Vincent Van Gogh.

Los autores han sido arrestados por daños criminales y allanamiento agravado. Felizmente, esta obra, de costo multimillonario y celebridad cultural, estuvo protegida por un vidrio blindado, razón por la cual no sufrió daños, tan solo magulladuras en su marco dorado.

En Van Gogh, uno de los artistas de mayor resonancia en el mundo, se fundieron la creación pictórica admirable y la alteración mental. En uno de sus autorretratos, aparece con la oreja vendada porque —según se dice—, se cortó parte de este órgano con una navaja y se la obsequió a una prostituta.

Las creaciones del referido holandés son visitadas en los principales museos, como atracciones de la mayor valía; una de sus más sobresalientes ha sido la escogida por estos ecologistas radicales para llamar la atención, con el peregrino argumento de que es una muestra de resistencia civil. Ante este hecho, que se califica por sí mismo, no han faltado opiniones que interrogan: en esta clase de protestas, que más bien ocasionan reacciones contrarias a lo previsto, ¿qué tiene que ver el arte?

La resistencia civil, una de las principales estrategias para enfrentar a las tropas de ocupación en tiempos de guerra, se desnaturaliza y llega incluso al ridículo con este tipo de hechos al que se le pretende dar este nombre. Además, se cataloga así a las manifestaciones políticas con métodos no violentos. ¿Se podrá designar de esta manera, a lo que hacen grupos, previamente adiestrados, para generar caos en las ciudades, como sucedió con las agresiones vandálicas que sufrió, reiteradamente, el Centro Histórico de Quito, Patrimonio Cultural de la Humanidad, de lo cual nadie responde?