¿Qué pasa con mi Iglesia?

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La Iglesia Católica ha estado siempre junto a los pobres y oprimidos, esta verdad es incuestionable, a pesar de las acusaciones mentirosas de sus enemigos, sobre todo los marxistas, tanto clásicos como culturales. He mostrado una cantidad de pruebas sobre esto en mi muy mejorable libro ‘Libren al oprimido. La Iglesia y los oprimidos en la Colonia’ (Quito, 2021). Pero una cosa es defender a los desheredados y explotados, y otra adoptar posiciones ambiguas frente a la violencia organizada por grupos subversivos de clara inspiración maoísta. Llama la atención que un dignísimo y sabio arzobispo equipare la violencia de los insurrectos, con su contenido de graves violaciones a los derechos básicos de la mayoría de la población, con la contención ejercida por el Estado dentro de los márgenes estrechísimos de la ley. También pone carne de gallina oír a una monja justificar casi sin disimulo el asesinato de un miembro de la Fuerza Pública que cumplía con su deber. Los salesianos organizan ayuda humanitaria para los subversivos, ¿han hecho lo mismo con los miles de ecuatorianos informales que no pudieron trabajar y por eso casi no han comido? ¿Han auxiliado a quienes viven al día?

Los obispos y sacerdotes cumplen con su deber al pedir paz y diálogo, pero no deben caer en la trampa de quienes piensan, y actúan en consecuencia, que el diálogo consiste en aceptar lo que ellos exigen.

Los obispos hicieron un esfuerzo enorme y sacrificado como intermediarios entre las desiguales partes; sin embargo, impactó oír a uno de ellos llamar “compañeros” a los dirigentes de las manifestaciones, pues la palabra tiene una clara connotación. Merecen aplausos los obispos por sus llamados a la paz y a la unión, pero que ello no signifique el olvido de delitos y hasta crímenes. No hemos visto signos de arrepentimiento de sus perpetradores.

Tampoco se ha visto una condena eclesiástica por el ataque sacrílego a la imagen del Divino Niño en el Puente del Guambra en Quito. Duele el “martirio de las cosas”, pero mucho más la indiferencia abrumadora.