Puentes hacia el progreso

Franklin Barriga López

En la provincia española de Cáceres, Monasterio de San Jerónimo, hace pocos días, en ceremonia que congregó a numerosas personalidades, el rey Felipe II ha entregado el premio europeo Carlos V al secretario general de la ONU, Antonio Guterres.

El homenajeado, en su discurso de agradecimiento, ha manifestado estas palabras dignas de ser relevadas: “No puede haber paz verdadera sin solidaridad. No hay cohesión social sin derechos humanos. No hay justicia sin igualdad. Todos somos, colectivamente, garantes de ello. Hoy, más que nunca, en nuestro mundo fracturado, erigir puentes es única opción”.

Estas reflexiones del connotado portugués son de máxima actualidad, en un planeta donde la tercera guerra mundial es amenaza latente, debido al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania que va escalando a medida de la marcha de los días y por la alineación en dos bloques antagónicos internacionales que se van conformando.

Frente a los abismos, cada vez más profundos, que separan a los individuos y a las colectividades, lo elemental y recomendable es tender puentes de sana convivencia, primero, para mediante este mecanismo de intercomunicación de doble vía fomentar después acciones para construir estructuras para la concordia, el bienestar y el adelanto tan ansiados en todo tiempo y lugar.

En sociedades tumultuosas y de tantos desbalances  como la nuestra, esta clase de puentes es imprescindible, para lo cual se debe comenzar con la concienciación de los grupos de poder que no tienen que olvidar la repetida y proverbial frase “la unión hace la fuerza”. Sin este elemento sustancial, la voluntad de proceder hacia el progreso, cualquier emprendimiento fracasaría por la inconsecuencia de los protagonistas políticos, expertos en la confrontación.

Nuestro país debe necesariamente construir puentes hacia la prosperidad y no dinamitar los existentes.