¿Para qué tener asambleístas?

Son cínicos, falsos, aprovechadores; pero, sobre todo, indolentes de la realidad del pueblo y eso se llama: miserables, pues una vez más los “honorables” de la Asamblea se adjudicaron mayorías a cambio de alguna tajada de poder, mientras los electores, que les favorecieron para que alguna obra legislativa hagan, claudican entre las necesidades del día a día y la frustración de saberse representados por quienes se reparten en intereses personales y partidistas las cuotas políticas.

La Justicia es el comodín en el azar político y eso no ha cambiado. Lo que tenemos son nuevos personajes en los mismos escenarios, con idénticos guiones, con ancestrales uñas y con un descaro, eso sí, cada vez mayor.

Un maestro venerable del tiempo de prestigio del Colegio Benalcázar solía decir a los alumnos: “a más de tonto eres vago”, lo hacía a pesar de la crudeza de la frase con respetable afán formativo y, desde luego, con hincapié en que la tontería era peor que la ociosidad. Cosa igual pasa en la Asamblea Nacional, con un ligero cambio, pues a más de pícaros son tontos porque  no se dan cuenta, o lo que es peor, no les importa lo deshonrados y la ninguna legitimidad de la que gozan ante la ciudadanía.

Ciertamente, con la ancestral mala fama de ciertas instituciones aberrantemente torcidas que tiene el país, ninguna le está ganado a esta llamada ‘asamblea’. Con honrosas excepciones, a todos los asambleístas se les llena la boca de afectos al pueblo, se inspiran en cursis discursos hablando del combate contra la corrupción y por debajo están maniobrando en pos de sus mezquinos afanes, muchas veces de sus líderes, para quienes y de quienes dependen sus contaminados futuros.

El país necesita gente buena— que sí la hay—, profesionales probos, responsables, no esa jauría de politiqueros cuyo papel es nulo y vergonzoso.

Definitivamente tendrá que llegar el momento en que desaparezcan quienes a nombre de legislar operan de asambleístas. Debemos hablar de un representante por provincia y punto,  que ganen sueldos de servidores públicos comunes y corrientes, siempre y cuando demuestren alguna preparación académica, que no tengan asesores, que se quemen las pestañas estudiando y laborando con sus propios esfuerzos.

Si hacemos una encuesta nacional, proponiendo los cambios indicados anteriormente, seguro arrasa la voluntad popular de no volver a verlos, de prescindir de sus servicios. Lo malo es que son ellos, juez y parte de esta decisión, pues a pesar de darse de opositores en todo momento, cuando se trata de sus conveniencias económicas o de fama, son todos amigos: votan y caminan para un mismo sentido y por un mismo interés. Pobre país…