Uravía: un valle amenazado

Pablo Granja

Se puede afirmar que un pueblo que no respeta su historia está condenado a la imposición de intereses desarraigados con una realidad local, ya que actúan únicamente dentro de los parámetros de sus conveniencias. Nuestro presente es la suma de lo ocurrido en distintas etapas del pasado, como un edificio que se construye desde los cimientos, registrados por la Historia, una ciencia que se apoya en varias disciplinas como la geología, la arqueología, la antropología, la paleontología. Todas estas ciencias aportan a la construcción del pasado, pero cuando se agotan las evidencias se enriquece con las leyendas y los mitos que también contribuyen a la construcción de la identidad de los pueblos, ya que nos acercan al espacio cultural en el que se desarrollaron sus actividades sociales, creencias religiosas, prácticas comunitarias y costumbres; dejando un legado de tradiciones que nos hacen amar y el respetar al terruño y a la naturaleza. La arqueología, del griego ‘archaios’ que significa ‘viejo’ y ‘logos’ ‘saber’, considerada como ciencia desde el siglo XIX, se origina en la colección y venta de objetos y antigüedades que eran llevados a Europa desde las colonias, dando lugar a que se construyan museos para asegurar la preservación de estos testimonios de la cultura de las distintas civilizaciones antiguas, evitando su desaparición en el olvido. La paleontología por su parte, estudia la evidencia geológica de la vida para comprender su evolución, ya sea antes o durante la aparición del ser humano.

En el año 2007, el Prof. Nelson Montenegro D. publicó el libro ‘Checa: un pueblo andino. Realidades y recuerdos’, dedicado a la historia poco conocida de esta zona, elevada a parroquia en enero de 1914, por el I. Consejo Municipal de Quito. A través de sus páginas podemos recorrer esta zona que va desde el cerro Puntas hasta el río Guayllabamba, y conocer de la degradación ambiental de la fauna y flora; pero también nos permite conocer de los cacicazgos antiguos, la presencia de los caras, el Camino Real de los incas, las haciendas de la Colonia, entre las que constaban las de Muedque y Chilpegrande que habrían sido de propiedad del mariscal Sucre. Con el pasar de los años, la parte baja de la hacienda llamada Chilpebajo pasó a llamarse Uravía, está bañada por el río Aglla en donde gracias al clima cálido, la tierra fértil y el trabajo arduo la dedicaron al cultivo de caña y con ello a la producción de azúcar, miel y alcohol. El lugar había sido un centro ceremonial, al cual acudían los aborígenes con temor y reverencia cada vez que dos grandes moles que llamaron “las piedras lloronas” producían “estremecedores gemidos que llenaban de temor y espanto a los indios de la pampa, señal para que la tribu organizara su acostumbrada peregrinación …y recordar a sus mayores, cuyos restos posaban junto a ellas…”. Otros testimonios del pasado son la tola cercana a las piedras lloronas y restos arqueológicos y paleontológicos como el fémur de un mastodonte encontrado en las laderas de Uravía.

Con los años, el río se contaminó por lo que la EP Municipal de Agua Potable y Saneamiento ha decidido construir una planta de tratamiento de aguas residuales, obra necesaria para las comunidades. Sin embargo, los consultores contratados para desarrollar los estudios han escogido este preciso lugar para construir la planta, omitiendo la consulta ambiental a las comunidades afectadas, como lo dispone el art. 398 de la Constitución. Se ha interpuesto una acción constitucional para impedir que se destruya este invaluable vestigio del pasado que sería borrado del mapa y de la Historia. Quienes patrocinan judicialmente esta acción, están dispuestos a acudir incluso a instancias internacionales en defensa de la Pachamama. No se oponen a la construcción de esta obra, sino que llaman a que se ubique aguas abajo en la confluencia de dos ríos, donde el impacto ambiental sea mínimo; pero al parecer para los consultores priman los intereses económicos antes que respetar al patrimonio natural y ancestral del valle de Uravía. ¿Y la EPMAPS qué?