Feminismo e identidad de género

Pablo Granja

Históricamente la mujer ha padecido de discriminación y ha sido obligada a la sumisión frente al hombre, condenándole a mantenerse al margen del protagonismo y liderazgo en las actividades políticas, laborales y religiosas. Son insuficientes las excepciones en que se ha resaltado su valor y aporte a la sociedad, aparte de su función de ser amas de casa, madres y formadoras de su descendencia. Y, cuando se les incorporó a la fuerza laboral fueron explotadas y subvaloradas. La Revolución Francesa teóricamente admitió la participación de la mujer al amparo del principio de la igualdad; sin embargo, la autora de la ‘Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadanía’, Olimpia de Gouges es pasada por la guillotina en 1791 por esta publicación, en la que afirmaba que los “derechos naturales de la mujer están limitados por la tiranía del hombre, situación que debe ser reformada según las leyes de la naturaleza y la razón”. Enseguida surgieron otras publicaciones reclamando igualdad de derechos civiles, políticos, laborales, educativos, derecho al divorcio, y la eliminación de cualquier forma de discriminación o violencia. Ante la falta de atención a esta diversidad de demandas, a fines del siglo XIX, mujeres de la burguesía y de las clases obreras se organizaron para obtener el derecho al sufragio, como posibilidad de acceder a mayores espacios de poder que les facilitaría lograr los demás reclamos. En Gran Bretaña, el movimiento ‘sufraguista’ ‘Woman Social and Political Union’ llegó a realizar manifestaciones violentas, siendo proscritas y encarceladas. Sin embargo, al iniciarse la Primera Guerra Mundial fueron liberadas por la necesidad de incorporarlas al trabajo masculino. Terminada la guerra se les concedió el derecho al voto. En el resto de casi todos los países europeos ocurrió lo mismo, pero al finalizar la Segunda Guerra Mundial.

La facultad de votar abrió otros cuestionamientos del feminismo, como el trabajo doméstico como función social no remunerada, el cuidado de la familia como un mandato, la división sexual del trabajo, la libre elección sexual, y se proclama que los cambios sociales deben darse en función de una transformación de las relaciones entre los sexos y la igualdad de derechos ante la ley. Con esto se perfilan tres visiones diferentes del feminismo: radical, socialista y liberal. El radical considera que siendo hombres y mujeres biológicamente diferentes, deben crear sus propias organizaciones independientes de los partidos políticos en rechazo a la cultura patriarcal, para adquirir su autonomía social, económica y cultural. A esto, el feminismo socialista agrega que las estructuras económicas patriarcales provienen del sistema capitalista, de cuya opresión los partidos y movimientos revolucionarios ofrecen liberarlos. Flora Tristán, conocida como la madre del comunismo, fue una fuente de inspiración del feminismo socialista, con planteamientos como: “Existen dos clases oprimidas: la clase obrera y la clase de la mujer, y no podrán liberarse las dos, si ambas no se unen”; “La mujer es la proletaria del proletario”; “Proletarios del mundo uníos”. El feminismo liberal se basa en la idea de que entre hombres y mujeres debe existir igualdad de derechos y oportunidades; eliminando la discriminación en concepto de género, raza, orientación sexual, posición política, situación económica o creencia religiosa; garantizando su libertad con un enfoque individual y no grupal, haciendo énfasis en la eliminación de las barreras institucionales y culturales para alcanzar una sociedad más justa y equitativa para todas las personas. Su lucha se ha reflejado en la obtención al derecho al sufragio, creación de leyes que protegen a las mujeres del acoso y la violencia de género; aunque falta la igualdad de salarios entre hombres y mujeres; y en muchas partes, el derecho a decidir sobre su propio cuerpo y su salud reproductiva. Y así llegamos a inicios del siglo XXI, con la duda de si lo que expresó Simone de Beauvoir en la década de 1950 —“No se nace mujer, se llega a serlo”— ¿constituyó el punto de partida para diferenciar lo que es el ‘sexo biológico’ de lo que es el sexo como ‘construcción cultural’; o sea, entre el feminismo y la identidad de género?