Entre la tolerancia y la persecución

Pablo Granja

El derrumbe del muro de Berlín y el colapso de la URSS, dejó en evidencia el fracaso absoluto del comunismo, y les movió el piso a los teóricos del marxismo. Los países dominados por el despotismo soviético al optar por la democracia se convirtieron en economías prósperas. Rusia es una economía de libre mercado; la China del genocida Mao, que ocasionó más de 60 millones de muertos por hambre, ha mutado en un sistema mixto que, con el concurso de la inversión privada, han sacado de la pobreza a unos 800 millones de chinos en cuatro décadas. Pero esta es una evidencia que los socialistas del siglo XXI ocultan para seguir ofreciendo aquello que no se puede cumplir. Ahí están Cuba y Venezuela como ejemplo lacerante que lo demuestra.  Al comprobarse que la lucha de clases para destruir la sociedad burguesa fue el gran engaño para crear castas privilegiadas que gobiernen, los partidos progresistas incorporaron la causa de la identidad de género a la supuesta emancipación de las minorías oprimidas. No les importa las inconsistencias, como enarbolar la imagen del Che Guevara en los desfiles del orgullo gay, quien fue un obsesivo homofóbico que construyó un campo de trabajos forzados para homosexuales, con el argumento de que el rigor y la dureza los “enderezaría”.

Mientras tanto en Occidente, hablando de Norteamérica y Europa, se organizó el movimiento “queer” que rechaza todas las categorías sexuales y de género, siendo un requisito criticar su propia y todo tipo de identidad. Acuñado en el siglo XVIII, el término “queer” se aplicaba a quienes “corrompían el orden social: verbigracia, el borracho, el mentiroso, el ladrón …también utilizado para referirse a aquellos a quienes no les cabía bien ni la caracterización de mujer ni de hombre”. Lo que fuera un insulto actualmente lo han convertido en una categoría social y en movimiento político y cultural, auspiciado por importantes universidades “liberales”.

La encuestadora Ipsos, en un estudio realizado en 30 países concluyó que un 9% de la población se declaró ser parte del colectivo LGTBI+; teniendo la mayor proporción Brasil con un 15%, seguido de España con 14%. Respecto de la edad, es más común entre la generación Z (los más jóvenes), comparado con los “baby boomers” que llegan al 4%. Las sociedades que se sostuvieron con la “sangre, sudor y lágrimas” de sus habitantes, como definió W. Churchill a los sacrificios que se hicieron para enfrentar la guerra y luego reconstruir Inglaterra y Europa al fin de ella, han dado paso a una generación que se empieza a identificar como de “cristal”, y no precisamente por su transparencia sino por la sobreprotección legal que los convierten en seres frágiles y cómodos. En contraste, en 67 países de Oriente Medio, África y Asia se castiga la homosexualidad con prisión, cadena perpetua o la pena capital. Hace poco circularon imágenes de un homosexual colgado de una grúa y exhibido en un lugar público en Irán. ¿Ha habido alguna iniciativa de la UNESCO, del Foro de Davos, de los DD. HH. o del SSXXI, para auspiciar una “marcha del orgullo gay” en las calles de Teherán? ¿O para que los gobiernos musulmanes incorporen la agenda de la igualdad de género en sus planes de gobierno?  ¡Definitivamente no! Mientras que Occidente parece estar conforme y satisfecho de conducirse hacia la destrucción de su cultura.

Hay reacciones importantes aunque insuficientes. Por ejemplo, el Parlamento peruano y el presidente Milei han prohibido el uso del lenguaje inclusivo en las comunicaciones oficiales; el presidente Bukele ha prohibido la enseñanza de la identidad de género en las escuelas; los legisladores de Alabama acaban de aprobar una ley impidiendo los debates sobre identidad de género y orientación sexual en escuelas públicas de niños de hasta los 12 años. Nuestro país debería seguir la misma línea de impedir que estas agendas perniciosas y retorcidas pretendan apropiarse de las mentes ingenuas de nuestra niñez y juventud; tarea que corresponde a las autoridades educativas, y a los padres de familia que deben vigilar la instrucción que se imparte en escuelas y colegios de sus hijos. La sociedad por su parte, debe reaccionar para no perderse dentro de ninguno de los extremos: ni la irresponsable tolerancia ni la enfermiza persecución.