Cachascán

Pablo Granja

El nombre proviene del inglés ‘catch-as-catch-can’, cuya traducción es ‘agarra lo que puedas’, que consiste en la lucha cuerpo a cuerpo similar a la que se practicaba en la Antigua Grecia. De acuerdo a evidencias arqueológicas, los guerreros olmecas practicaban una variación de este deporte. La versión mexicana consiste en el enfrentamiento de dos luchadores que se aplican llaves en la lona del cuadrilátero, arriesgadas piruetas y también acrobacias aéreas de gran espectacularidad, algunas por fuera del ring. El propósito es dominar al adversario en estos encuentros pactados, en los que es posible reconocer que se trata de un ‘tongo’, o dolor fingido para impresionar a los espectadores, aunque no está exento de ocasionar golpes y traumatismos reales. En México es parte del folklore y es el deporte – espectáculo más popular luego del fútbol—. Otra característica es el uso de máscaras que ocultan el rostro de algunos luchadores, lo que le otorga cierto misterio a quien lo usa. El más famoso de todos  fue ‘El Santo, el Enmascarado de Plata’, cuya popularidad trascendió las fronteras por las películas que protagonizó así como las historietas impresas. En Argentina tuvo gran éxito Martín Karadagián, un regordete cincuentón, que pese a su mediana estatura, sin agilidad ni movilidad vencía sin esfuerzo a sus monumentales contendores, gracias a que era el creador y empresario de la cuadrilla ‘Titanes en el Ring’ que llenaba el Coliseo del Luna Park en Buenos Aires.

En nuestro país, la generación de los 50 del siglo pasado, pudimos disfrutar de estas incidencias brindadas por el propio ‘Santo’, el ‘Torito de los Andes’, el ‘Huracán Ramírez’ y el temido ‘Penado 14’. Aparte de esa violencia simulada, una de las emociones fuertes —aquellas que mezclan el morbo con la privacidad— era el instante en que uno de los contrincantes estaba a punto de quitarle la máscara y revelar la identidad del contendor, lo cual nunca ocurría porque algo lo impedía en el último instante. El momento culminante del espectáculo era cuando se producía el esperado ‘todos contra todos’, donde debía quedar un solo ganador, mientras los demás salían arrastrándose o quedaban tendidos en el ring, en medio de retorcijones y quejidos de dolor actuado. También eran parte de esta tragicomedia los espectadores que tomaban entusiasmado partido en favor y en contra de la decisión arbitral y de los mismos luchadores.

¡Qué tiempos aquellos! Ahora tenemos que conformarnos con el espectáculo de los ‘salvadores de la Patria’, con los ‘martín karadagián’ que asignan quienes quedan en pie sobre el escenario y quienes salen arrastrados, manteniéndonos distraídos con el enfrentamiento entre los recién llegados al escenario con los más experimentados y sus mañas; con el show de los que se salen del ring por una esquina para entrar por la otra; con los que hacen todo tipo de piruetas para llamar la atención; con los que juegan limpio contra los que no; en un ‘todos contra todos’ en el que no se distingue quién finge y quién está realmente lastimado; en que ‘los penados 14’ no respetan la identidad de género;  en que los actores aplican la traducción literal del inglés: ‘agarra lo que puedas’;  en el que los espectadores queremos que se les quite las máscaras detrás de la que se esconde el verdadero rostro de este tongo fraudulento, en el que no hay ningún ‘Santo’, porque sabemos que se juntan terminado el show y que cuando sea oportuno volverán dizque a pelearse entre ellos en un antiestético cachascán.