Ovillo

Matías Dávila

Para cambiar el Ecuador, algo a lo que le perdí la esperanza hace rato, habría primero que encontrar la punta del ovillo.

Estoy seguro de que menos del 10% de la población se siente representada por los políticos. ¿Qué hacemos con ellos? Para prescindir de sus servicios habría que cambiar el sistema: o sea, jodido. Carlos Julio Arosemena decía que “para cambiar este país se necesitan 200 funerales de lujo” (como dicen los “feisbuqueros”, dejo esto por aquí y me retiro lentamente).

¿O será que empezamos por la Policía (hoy tristemente de moda)? Una Policía donde se solapa la captación ilegal de dinero para pirámides, algunos de cuyos miembros están vinculados con bandas delictivas, que permiten la fuga y encubren a un presunto maltratador y asesino, y en cuyas instalaciones se farrea a la vista y paciencia de los oficiales.

¿O empezamos más bien por la educación, una institución caduca que nos sigue enseñando lo mismo en un escenario diferente? Una asignatura en donde todos los gobiernos han sacado cero.

¿Qué tal comenzar por la salud? No me refiero solo al hecho de proveer insumos y no despedir médicos, sino de tener realmente un buen sistema.

O, ¿quien sabe y tal vez otra buena idea sería empezar por la adecuada alimentación de toda la población, sin privilegio alguno? Son insultantes los números de la desnutrición crónica infantil y lo son también los de la pobreza.

¿O empezamos por hacer de las cárceles verdaderos centros de rehabilitación? Al paso que vamos, esa gente sale y nosotros tendremos que ver a dónde nos vamos.

Otro gran comienzo podría ser el proveer más jueces para que no solo se juzgue con celeridad los casos que convenga sino todos, así no salgan en la tele.

No sabría por dónde empezar, tal vez por eso es que perdí la esperanza. Pensar que cada uno debe hacer lo suyo es el discurso barato y mediocre que socapa el sainete. Si es de todos, no es de nadie.