Morir dignamente

Cumplió el anhelo, reiteradamente solicitado incluso a la justicia, de que le apliquen la eutanasia para que, con la muerte, acaben sus pesares.

Martha Sepúlveda, antioqueña, de 51 años de edad, venía luchando con el propósito de que se le permitiese morir dignamente, hasta que, con sonrisa de felicidad, rodeada de sus familiares, alcanzó su objetivo en Medellín, en el Instituto Colombiano del Dolor, debido a la disposición de un juez. Es el primer caso en Colombia, de alguien que no tuvo enfermedad terminal pero que soportaba bastante padecimiento (esclerosis lateral), que se le aplicó esta medida extrema y cada vez menos controvertida, ya que, a medida que pasan los días, va recibiendo aceptación. En territorio colombiano, casi el 75% de la población se solidariza con la eutanasia, en contraposición a lo que sucede en el resto de Latinoamérica.

En el vecino país, igualmente, este procedimiento, que se aplica exclusivamente en casos excepcionales, es legal desde 1997 para enfermos terminales que lo desean y bajo criterio médico, como sucede también en España, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo, Canadá o Nueva Zelanda. Se la reglamentó desde el 2015. Por lo acontecido con la dama en referencia, ha quedado ampliado este recurso para pacientes que no tienen esa clase de enfermedades, pero que presentan aflicciones insoportables, como los que agobiaban a la Sra. Sepúlveda, quien declaró: “Amo vivir, pero quiero morir. Dios no me quiere ver sufrir a mí, y yo creo que a nadie. Un padre no quiere ver sufrir a sus hijos”.

A raíz de esta información, late en la opinión pública la pertinencia o no de la muerte por piedad o altruista, alineándose en posiciones antagónicas: quienes defienden el derecho al buen morir, y sus detractores, que descienden vertiginosamente, en su número, ante la realidad de lo inexorable.