La exigente línea roja

Manuel Castro M.

Con las experiencias vividas y que se viven,  la Ética es de fundamental aplicación entre las personas y los grupos políticos ecuatorianos. La política tiene que dejar de ser “un juego sucio de compadres”, como la ve Baroja.  Si bien el poder es una justa aspiración, éste debe ser de servicio a la colectividad, que es la mandante y quien paga tales servicios. Desde luego como humanos tenemos ambiciones, pero deben ser justas y legítimas, no viles codicias, fuente de inmoralidades y traiciones, de atracos y desvalorización de principios. La lealtad debe ser a los valores no a las personas políticas que, al fin, son transitorias, pues los poderosos y el poder siempre duran poco.

Viene al caso las negociaciones para formar coaliciones para la designación de autoridades e integración de Comisiones en la Asamblea Nacional, primer poder del Estado, hoy sumido en el desprestigio o indiferencia de la ciudadanía por su inmediato pasado poco positivo, improductivo y hasta políticamente deshonesto. La formación de coaliciones, que es una actitud justa y necesaria, debe ser entre grupos impecables, que no persigan ruines impunidades, que sean auténticamente democráticos, que sus próximos aliados no sean Maduro, Ortega, Diaz-Canel , dictadores de  Venezuela, Nicaragua y Cuba, en ese orden o desorden, que tienen a sus países sumidos en el atraso y la miseria, donde la libertad está ausente y el fin -perennizarse en el poder- justifica todas sus ilegítimas acciones, represivas y tramposas.

La exigente línea roja, que no deben traspasar, bajo el pretexto de unión y participación de todos, se la debe cumplir, sin caer en la ingenuidad de farisaicas promesas de apoyar al gobierno, para luego desestabilizar al país, utilizar los recursos públicos y chantajear o engañar al Ejecutivo. La historia consagra que las uniones con grupos o personas que no creían en la democracia han sido fatales. Cayó el pueblo alemán con Hitler; Mussolini avergonzó a Italia; Stalin masacró a sus oponentes. En  un momento se creyó que sus fines eran patrióticos y de buena fe.

Ni en el corto ni en el largo plazo se ha podido conservar el poder mediante pactos vergonzosos o fundado en la violencia. Los políticos, si les interesa, deben seguir el precepto de Cicerón: “Llenad vuestro espíritu de virtuosas imágenes” y no convertirse en ‘Maquiavelos de envolver’, que lo aplican sin conocerlo en su integridad y objetivos.