Los problemas del entorno

Las redes sociales tienen un efecto catártico. Facilitan que se expresen las opiniones sobre todo lo que ocurre en el mundo, que vertamos nuestra “sabiduría” con respecto a diversos temas, que critiquemos las acciones u omisiones de cualquier persona o institución, y, al mismo tiempo, que no miremos, como decía la Biblia “la viga en nuestro ojo, pero si la paja en el del ajeno”. Con esa práctica, creemos que estamos solucionando todo con la simple expresión de lo que pensamos a través de las mencionadas redes sociales.

Otro aspecto que con frecuencia se hace presente es el pensar que podemos incidir en los problemas mundiales, sin darnos cuenta de lo que ocurre en nuestros alrededores, las cosas aparentemente pequeñas que podemos cambiar y en las que no reparamos a pesar de que las tenemos muy cerca.

Hago esta reflexión tras haber leído el pensamiento del sacerdote Nicolás Castellanos, quien levantó revuelo cuando decidió renunciar a su diócesis de Palencia en España, para trasladarse a Bolivia a trabajar por los más pobres. Su relevancia fue reconocida cuando ganó el premio Príncipe de Asturias y también fue reconocido en Ecuador, por Fidal, con el NOUS a la educación por su trabajo en esta área.

Nicolás Castellanos habla sobre la necesidad de trabajar preocupados por lo que tenemos cerca, cuando nos dice que tal vez no podemos resolver los problemas del mundo, pero sí los de nuestro entorno. Se relacionan con ello, por ejemplo, las consecuencias de lo que hacemos frente al cambio climático, con prácticas que podemos realizar de reciclaje, de reutilización, de reducción en nuestro consumo.

Como si fuera más fácil expresar nuestra solidaridad con quienes están lejos, pero no vemos a quienes requieren de nuestra atención y acción a nuestro lado.

Vale por ello esta reflexión para ir construyendo un mejor mundo desde la cercanía, desde las posibilidades reales de cada uno de nosotros, relacionadas con nuestro entorno, esa especie de Revolución de las Pequeñas Cosas, como hace poco nos mencionaban la Fundación Felipe González y la UNIR, como una práctica que debe imponerse en nuestro accionar diario.