Los primeros mil días

Hay una realidad dolorosa de la que cada día se habla más pero que hacemos poco por modificarla: la desnutrición crónica infantil, presente en el mundo y particularmente en el Ecuador, de una forma dramática y conmovedora.

Esa problemática tiene que ver con el acceso a los nutrientes básicos por parte de los recién nacidos hasta cumplir esos mil primeros días, durante los que se va a marcar su capacidad de desarrollo tanto físico como mental, la posibilidad de tener un buen futuro en la escuela, de rendir en las clases, de no replicar el círculo vicioso de la pobreza.

La ingesta de alimentos adecuados tiene que ver con la condición económica de sus padres y también con el nivel educativo. Durante los primeros meses de vida, la leche materna es el alimento ideal, pero si la madre no tiene los nutrientes adecuados esa tampoco es la solución integral.

No siempre hay esos nutrientes presentes en lácteos, proteínas, vitaminas, provenientes de la leche, la carne, los huevos, los vegetales o también en combinaciones de alimentos —por ejemplo, el de los granos secos como el poroto, la haba, la alverja, la lenteja, los garbanzos, con el arroz, que dará una rica provisión de proteína a la familia—.

Por ello es tan importante educar a las mamás. Hacerlo tiene un ejemplo multiplicador fantástico, porque redunda de forma inmediata en el mejoramiento de los hábitos alimenticios.

El sector público también tiene la obligación de proveer agua limpia a los hogares, de generar políticas que protejan a los menores de condiciones de limitaciones totales y de abusos. El sector privado, a su vez, tiene que desplegar sus mejores esfuerzos de solidaridad en la cruzada por eliminar la desnutrición crónica infantil que causa tanto dolor en el presente, pero que hipoteca el futuro del país por las consecuencias trágicas que conlleva.