El lenguaje de las emociones

Lorena Ballesteros

Me atrevo a decir que el 99.9% de los problemas cotidianos, laborales y especialmente los emocionales se pueden solucionar con una comunicación efectiva. Se los dice una persona que estudió una carrera similar a la Comunicación Social, que hizo una maestría en esa materia; pero que, cuando su pareja le pregunta “¿qué te pasa?” le respondo como la hace la mayoría, “no me pasa nada”. Bueno, esa era la Lorena de antes. La que no sabía cómo decir lo que le dolía, lo que anhelaba, lo que pasaba por su cabeza. A eso súmele que soy Piscis, y que, por lo tanto, asumo que todo el mundo sabe leerme la mente y el corazón. Porque eso hacemos los piscianos.

Por muchos años la escritura fue mi única herramienta para expresarme con el corazón abierto. ¿Por qué no podía decir las cosas “difíciles” a la cara? No lo sé. Pero me demostraba a mí misma que ese “no me pasa nada” era en realidad “me pasa todo”. Pero solo lo descubría después de llenar carillas de carillas de emociones que fluían y crecían como una bola de nieve.

Después de leer varios textos. De escuchar podcasts. De hacer meditaciones y de escribir cientos de carillas más, comprendí que esa incapacidad para hablar de lo que nos pasa, es porque verdaderamente no sabemos qué nos pasa. Es decir, no sabemos nombrar nuestras emociones.

Hace un par de semanas escribí una columna sobre mi relación con el dinero y la importancia de que se imparta educación financiera en las escuelas y colegios del país. Pues ahora regreso con una reflexión similar, en cuanto a educación, pero esta vez sobre educación emocional.

Desde que somos niños nos enseñan lo contrario: a esconder lo que sentimos. Cuando alguien llora le decimos “no llores”. Cuando estamos tristes es mejor aparecer como enojados para no mostrar vulnerabilidad. Cuando alguien nos ofende es preferible poner cara de poker y no perder la dignidad.

En su última publicación ‘No sé cómo mostrar dónde me duele’ la colombiana Amalia Andrade devela piezas clave de su investigación sobre sociología de las emociones, lenguaje, neurociencia, neuropsicología, etc. Y, aunque recomiendo que lean el libro completo, hay un ejercicio que propone Amalia que les dejo por aquí como parte de mi servicio comunitario. Ella dice que, para expresar lo que sentimos es necesario cambiar el “tú” por el “yo”. No le digas al otro, “Tú me haces sentir mal cuando llegas tarde”, dile “Yo me siento mal cuando llegas tarde”. Eso nos hace responsables de lo que sentimos y le damos al otro la posibilidad de revertir nuestra emocionalidad. Pónganlo en práctica, se los recomiendo.