Dignidad hasta en la muerte

Lorena Ballesteros

Si los seres humanos luchamos por una vida digna, ¿por qué no deberíamos hacerlo también por la muerte? Si bien la mayoría de nosotros no podremos controlar o decidir la manera en que moriremos, existen personas que sí podrían hacerlo. Cuando alguien padece de una enfermedad catastrófica y degenerativa, debería tener la potestad de decir: “¡hasta aquí llegué!”, “no quiero sufrir más y menos aún quiero prolongar el sufrimiento de mis seres amados”. Y aunque suene muy crudo, es también un ahorro de dinero para quienes se hacen cargo de estos pacientes. Porque una enfermedad degenerativa, incurable, lo descalabra absolutamente todo.

El caso de Paola Roldán ha generado mucho ruido mediático. Que una mujer de 42 años levante la voz que le queda para pronunciarse sobre un tema tan polémico, sacude hasta a los más escépticos. La quiteña fue diagnosticada hace tres años de esclerosis lateral amiotrófica, comúnmente conocida como ELA. Con esta enfermedad se afectan las neuronas del cerebro, el tronco cerebral y la médula espinal que controlan el movimiento de los músculos voluntarios.

Desde su diagnóstico Paola no ha hecho más que luchar. En un principio por romper todos los pronósticos de su enfermedad. Buscó tratamientos de medicina alternativa, convencida de que podría recuperarse, o al menos prolongar años y calidad de vida. Cuando se dio cuenta de que la batalla contra el ELA no era posible de vencer, entró en una faceta de aceptación y de inspiración. Vio en su condición una posibilidad de motivar a quienes la padecen. Asimismo, aceptó su destino y comenzó a poner en orden todas las piezas de su estantería.

Conforme pasan los meses y su condición se agrava, Paola no quiere irse sin dar una última pelea. Pide, reclama, con el aliento que le queda, a la Corte Constitucional que legalice la eutanasia. En agosto pasado interpuso una demanda contra el artículo de la Constitución que penaliza con más de 10 años de prisión a quien asista a otra persona en su muerte.

Frente al deterioro de su cuerpo, que ahora solo le permite respirar de manera mecánica, sin poder levantar ni un dedo, lucha por esta última causa. Quiere que su vida deje un legado, quiere marcar un cambio para tantas personas que han padecido como ella.

Con mente lúcida se ha expuesto no solo a Ecuador, sino al mundo. Ha mostrado la injusticia de estar postrada en una cama frente a su hijo pequeño, implorando a diario que cuando llegue la muerte no sea traumática ni en su presencia. Sería mejor que ella se pueda ir como en un sueño y habiéndose despedido de sus papás, de su esposo y de su amado bebé. Sería mejor que ella pudiera decidir cuándo y darle dignidad a su muerte, esa dignidad que ha prevalecido en sus años de vida.