Admiración, devoción y fanatismo

Lorena Ballesteros

Mi esposo suele repetir estas sabias palabras: “a un político no hay que aplaudirle cuando se posesiona en su cargo, sino cuando lo deja”. Si el político se merece esa ovación, es porque su labor fue ejemplar, digna de reconocimiento. Y es que no debería haber mejor aliciente que ganarse la admiración del pueblo al que se gobierna. Pero ¡ojo! Que una cosa es la admiración y otra la devoción. Lo primero viene del profundo respeto, lo segundo de la ceguera de la idolatría.

Y es que la devoción está ligada a una veneración de tinte religioso. En Ecuador hay millones de devotos del Sagrado Corazón de Jesús, pero lastimosamente también hay millones de fieles devotos de Rafael Correa y todos sus arcángeles. Es decir que, lo han subido en un pedestal y lo profesan como inmaculado.

Esa devoción es la que fácilmente se convierte en un fanatismo. Es ese fanatismo el que nos ha llevado al traste. Ese grupo de la ciudadanía ha dejado de ser objetivo, cuestionador y se ha transformado en un rebaño que sigue a su pastor por cualquier camino, sin importar a dónde los lleve.

El fanatismo político o ideológico no es nuevo. La historia se repite una y otra vez a través de los años. No hay país que se salve. No aprendemos a no venerar a las personas que nos lideran. No distinguimos entre su buen y mal proceder.

¿Qué hubiera sido de Hitler sin sus devotos? Esos que seguían sus instrucciones como un ejército de zombies, que exterminaron a miles de judíos sin cuestionarse por qué lo hacían, o peor aún, en nombre de quién lo hacían.

O de Juan Domingo Perón, quien además en la imagen de su esposa Eva alcanzó la idolatría máxima. El peronismo cegó a un pueblo que justificó las contradicciones de una primera dama que se daba golpes de pecho, lamentándose la penosa situación de los obreros en Argentina, pero que no reparaba en sus propios gastos en cuanto a vestimenta, viajes y adquisición de bienes para su beneficio. Hablaba de libertad para los pobres, pero controlaba las principales radios y periódicos. Quienes opinaban distinto desaparecían.

Hay que tener cuidado. Los candidatos a las distintas dignidades políticas son seres humanos. No son dioses, ni ídolos. Hay que bajarlos del pedestal. No son inmaculados y son elegidos para trabajar y liderar a una nación, no exclusivamente para sus fieles. Por favor, dejemos la devoción y permitamos que busquen ganarse nuestra admiración.