Lo impostergable

Alfonso Espín Mosquera

En el aeropuerto de Barajas,  Quito no existe. Solamente queda sobre una mesa del salón de preembarque un libro mío, asentado por un tiempo, como un recuerdo de la distancia que me acompaña. Lo miro ahí, mezclado pasivamente con unos dispensadores de gel y dos floreros artificiales que tratan de adornar el sitio sin mucho éxito.

Parece que estamos en otro mundo, ajeno a los líos de nuestros políticos, lejano a la violencia que se vive en el país. Ciertamente es raro caminar por las calles de Madrid o de Bilbao y no sentir temor, como el que se vive en nuestra capital.

Más de una persona me ha preguntado qué pasa en el Ecuador; con extrañeza averiguan de las mafias y creen que nos hemos convertido en Colombia. Tenemos una mala fama y ¡qué pena sentirse en boca de medio mundo por estas circunstancias perversas, que son de dominio público!

Pero más allá de lo que piensen los coterráneos del mundo está lo que vivimos en el país de estos tiempos: la desazón y la incertidumbre de no saber lo que pasará, de haber perdido la esperanza ante un gobierno que no acaba de ajustarse los pantalones para enfrentar a la delincuencia que campea, en una sociedad que también ha perdido los valores en toda proporción y sentido.

Y no es un eufemismo ni una situación de los nuevos tiempos. Hoy los hijos no tienen consideración con sus padres; los jóvenes no respetan a los maestros, no hay honestidad en las acciones de los ciudadanos, y la palabra no vale nada.

Sin embargo de todo, no hay que claudicar y, de cualquier manera, debemos levantar cabeza, con o sin políticos, mejor sin ellos y empezar una transformación necesaria desde lo individual, desde nuestras responsabilidades de padres, sobretodo, para construir una sociedad válida que en el futuro pueda responder con nuevas actitudes a la vida.

Es hora de levantar cabeza y creer que somos capaces de enmendar, de lograr una sociedad que entienda el valor del ser humano desde lo intrínseco y no solamente detrás de los bienes; que valore el mundo sensible, la lectura, el arte, que sea capaz de reproducir lo que se decía antes como una máxima de vida: no tocar lo ajeno.

Finalmente, ojalá el presidente, a pesar de su poca acción, se ponga severo y ajuste los tiempos y las acciones, para recomponer, desde la construcción de políticas públicas los lineamientos que pongan freno a los despropósitos y ojalá también los politiqueros que pululan detrás de sus intereses, hagan un mea culpa y por vez primera piensen en las necesidades de los millones de ecuatorianos que ya no soportamos más tanta ignominia.