Legalización: tarde e inútil

En los setenta, mientras los gobiernos de los Andes tenían puesta la atención sobre el petróleo, surgió el descomunal negocio de la cocaína. Si hubo algún momento en el que legalizar dicho producto hubiese resultado lucrativo para la región, fue ese. Lamentablemente, sucedió lo opuesto: la región se sumó, durante las siguientes décadas, a la contradictoria “guerra contra las drogas” —de inocultable y neurótica motivación religiosa—.

Hoy, los giros en la política antinarcóticos colombiana anunciados por Gustavo Petro, así como las transformaciones a largo plazo en Bolivia y Perú, y el crecimiento sostenido en el mundo desarrollado de la visión de la drogadicción como una enfermedad —más que como una debilidad punible— invitan a pensar que la legalización de la cocaína ya no es algo tan distante. Sin embargo, de poco serviría ya.

La legalización no devolvería los cientos de miles de muertos ni los miles de millones de dólares malgastados en guerrear. Tampoco serviría para que todo ese inmenso capital que generó el negocio de la cocaína durante décadas— la inmensa mayoría del cual sirvió para enriquecer aun más al mundo desarrollado y a gente de esos países que en el fondo ‘no sabe para quién trabaja’— regresara a Sudamérica. No revertiría el inconmensurable daño ecológico que la fabricación ilegal de esa droga, y el combate contra ella, durante décadas, causó.

Uno puede consolarse pensando que al menos podría servir para prevenir un daño igual a futuro, pero tampoco es así. El desarrollo que ha tenido la región hace que cada vez sea menos lucrativo producir y comerciar droga a cambio de una porción tan insignificante de la ganancia. Además, ya hay drogas nuevas —legales y socialmente aceptadas— producidas por los propios países consumidores, que reemplazan a la cocaína.

Si se legaliza la cocaína a mediano plazo, no es porque el mundo se volvió más sensato, sino porque ya no es tan buen negocio. Una vez más —al igual que con el azúcar o el caucho—, perdimos el tren. Por suerte, hay un nuevo lucrativo tren que está partiendo y que sí podemos alcanzar : el de la minería, que ahora, coincidencialmente, sus pocos beneficiarios también quieren que sea ilegal y que haya una guerra, igualmente lucrativa, contra ella.