La Universidad de Otavalo

Rosalía Arteaga Serrano

Teniendo como semillero y germen al Instituto Otavaleño de Antropología, la Universidad de Otavalo está cumpliendo sus primeros veinte años de vida fructífera. Su carta de nacimiento está dada en la publicación, en el Registro Oficial, de la Ley de Creación de la Universidad de Otavalo, un 24 de diciembre. Buena fecha para nacer diría yo.

Pero lo importante no es solo el tiempo, sino cómo ha sido utilizado y cuánto bien ha sembrado a lo largo de los años. En el caso de esta universidad, la cosecha es abundante en el número de alumnos egresados y graduados, en la calidad y calidez de su funcionamiento, en el espíritu de superación que mantienen sus directivos, liderados por su canciller y fundador, Plutarco Cisneros.

Plutarco es persona creativa y de un empuje y tesón singulares, ya que su empeño es el que crea tanto el Instituto Otavaleño de Antropología, que tantos estudios y publicaciones ha realizado, como la Universidad.

El hecho de estar enclavada en un espacio geográfico con importante presencia indígena hace que una buena parte de su alumnado sea del propio Otavalo y de sus alrededores, lo que ya de por sí le da una connotación especial, pero también el de hacer permanentes innovaciones, poniéndose al día en el uso de las tecnologías, sin descuidar el elemento humano fundamental.

La planta física de la universidad es atractiva. Sus edificaciones son ya parte de la geografía urbana de Otavalo; es parte de su esencia, que consta con una infraestructura simbólica, con la presencia de piletas, de dibujos de colibríes, con la importancia que el arte tiene en sus espacios.

Pero va más allá; está imbuida con el espíritu de su fundador a buscar permanentemente la excelencia, tanto en sus docentes como en sus alumnos y personal administrativo, objetivos que los consolida en el día a día de una práctica profundamente humanista e innovadora.