La religión católica y la mujer (II)

La historia de Jesús comienza con la Anunciación del ángel Gabriel a la Virgen María. En esa ocasión el mensajero le aplica a María un apelativo que no se usa en ninguna otra parte de la Biblia

— ‘kejaritômenê’—, traducido como “llena de gracia”; este supremo elogio es dedicado a una mujer. Todas las generaciones de cristianos llaman a la Virgen “bienaventurada”.

Cuando Jesús predica la Buena Nueva al pueblo de Israel lo hace con una modalidad inédita y revolucionaria: acepta entre sus discípulos a las mujeres, permite que estén cerca de Él, en actitud opuesta a la generalidad de los sabios y doctores no solo hebreos sino paganos de su tiempo. Rompe los esquemas cuando perdona a la adúltera, cuando habla con la Samaritana, cuando deja que una mujer le unja los pies con sus cabellos…

Sin embargo, el acto más contrario a las costumbres y usos de ese tiempo en relación al papel desempeñado por la mujer en la sociedad y en la religión es el que protagonizan María Magdalena y otras mujeres frente al sepulcro vacío de Nuestro Señor Jesucristo. Ellas fueron las primeras en ir a ver al Maestro difunto, con valentía, enfrentando posibles represalias de los jefes de los judíos y de los guardias. No lo encontraron, pues había resucitado; unos ángeles se les aparecieron y les mandaron a que dijesen a los discípulos que Jesús estaba vivo; más tarde Jesús se le presentó a María Magdalena y le dijo “Ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre…”.

Los lectores actuales de estos textos evangélicos no aprecian en su profundidad todo el cambio social y cultural que representan frente al ambiente en que sucedieron estos acontecimientos: entre los judíos, y no solo allí, el testimonio de la mujer en un juicio valía la mitad del de un hombre. Y aquí viene el cambio: los ángeles y luego Jesús envían a las mujeres como las primeras personas que darán testimonio del acontecimiento más importante no solo de la religión católica, sino de la historia total de la humanidad entera: la Resurrección del Señor. Fue un auténtico remezón cultural. (Continuará)