La necesidad de refrescar la memoria colectiva

César Ricaurte

El legado de los 14 años de la llamada Revolución Ciudadana no es un tema menor en la actualidad. Al contrario, lo que vemos es que mucho de lo que sucede en el país tiene que ver con ese pasado reciente. Los seguidores del líder máximo lo describen como luminoso, dichoso y enorme, mientras que los detractores lo ven como oscuro, atroz y engañoso.

Las diferencias no son solo de distintos puntos de vista o de diferentes campos ideológicos que interpretan los mismos hechos de diferentes formas. La ruptura es más profunda porque tiene que ver con el negacionismo de ciertos hechos y construcciones de ‘storytelling’ propios del mercadeo, no de la historia.

Por eso, libros periodísticos como ‘La revolución malograda’, publicado recientemente por Mónica Almeida y Ana Karina López, tienen un valor social enorme. Exponen los hechos, los concatenan y los sistematizan para poder redescubrir en perspectiva una historia que vivimos y compartimos como sociedad, pero que, a ritmo de tuits y propaganda, se ha vuelto difusa.

Mientras muchos sostienen que se debe virar la página y dejar de obsesionarse por Correa y su legado, Mónica Almeida y Ana Karina nos dicen algo muy distinto: si no tomamos conciencia de lo que vivimos, si no ordenamos los hechos y miramos de frente lo que se hizo durante los 14 años de Revolución Ciudadana, no podemos afrontar las profundas heridas, traumas y problemas del presente.

Basta con citar dos capítulos de ‘La revolución malograda’ que tienen mucha relación entre sí. En ‘Las FARC y narcotráficos, espectros indomables’ se examina con abundancia de hechos las relaciones que tuvo Correa, Alianza PAIS y buena parte de su entorno con las FARC, que incluyó financiamiento a su primera campaña. Eso se traduce en la permisividad de esos años con los grupos narco terroristas que luego del postconflicto colombiano van a significar su toma de la frontera entre Ecuador y Colombia y luego la operación de rutas del narcotráfico a través de las costas ecuatorianas hasta llegar a la situación actual de Ecuador convertido en un cóctel de carteles mexicanos y mafias colombianas aliados con grupos delincuenciales locales, más una aceituna albanesa en el borde.

La conclusión de Almeida y López sobre la alta tolerancia que tuvo la RC hacia las FARC y el narcotráfico no tiene desperdicio: «La neutralidad no se tradujo en beneficios, la tolerancia a las FARC fue un búmeran con un costo elevadísimo. La firma de los acuerdos de paz a fines de 2016 entre el Gobierno colombiano y las FARC empeoraría la situación; facciones narcotraficantes comenzaron a disputarse violentamente el territorio fronterizo ecuatoriano y a extorsionar a las autoridades si no negociaban con ellos. El asesinato del alcalde de Muisne por Alianza PAIS, Walker Vera Guerrero, electo en mayo de 2014 y las explosiones de un vehículo al pie del cuartel policial de San Lorenzo a inicios de 2018 forman parte de un espeluznante preludio. En marzo de 2018 ocurrió lo nunca imaginado: un equipo del diario El Comercio que realizaba una cobertura en Mataje fue secuestrado y asesinado por una de estas bandas. Las muertes de Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra marcarían un quiebre sin retorno del dominio del narcotráfico en el país».

En el capítulo llamado ‘Julian Assange, un trofeo envenenado’, las autoras cuentan con lujo de detalles el esperpéntico juego de egos deformados amplificados en espejos de feria que fue el refugio de Julian Assange durante siete años en la Embajada de Ecuador en Londres. Mientras Correa y su Gobierno lavaban su cara convirtiéndose en paladines de la libertad de expresión y los DD.HH., mientras internamente ejercían censura y persecución a periodistas, medios y sociedad civil. El episodio significó que Ecuador se haya convertido en un peón de Putin en un complejísimo escenario internacional y que haya perdido durante muchos años cualquier tipo de mínima credibilidad como país. La siembra de vientos las cosechamos en amargas tempestades.

Pero el legado más negativo de esta historia reciente, que debería estar fresca en nuestra memoria, es que nos convertimos en una sociedad fracturada, poblada por muchas personas incapaces de la autoconciencia y, con ello, de mirar al otro y reconocer su realidad. Una sociedad de niños heridos, resentidos, incapaces de escuchar porque para dialogar hace falta reconocerse como parte de un proyecto común de vida. Pero, de eso conversaremos en algún otro momento.