La importancia de la paz

Por Rosalía Arteaga Serrano

La invasión rusa de suelo ucraniano pone en relieve una vez más dos aspectos relacionados. Primero, la importancia de la paz, de ese bien tan preciado, aunque parezca etéreo, que tiene que ver con la necesidad de un ambiente en el que esta  predomine para realizar nuestras actividades diarias.

El segundo aspecto que salta a la vista es, paradójicamente, la fragilidad de la paz, más aun en un mundo tan interconectado y provisto de armas, sobre todo de aquellas cuyo uso podría ocasionar el fin de la vida en el planeta.

Parecería que el recuerdo de las dos guerras mundiales que ocurrieron durante el siglo pasado y que fueron en realidad guerras europeas —es decir, que empiezan en los mismos territorios y escenarios en los que ahora se desarrollan las acciones bélicas—no bastó. Hoy se repiten esos mismos errores que se cometieron en las décadas anteriores. Los horrores de la guerra, las secuelas de dolor y de muerte, el desgarramiento de las familias, parecen no influir en quienes toman la decisión de empezar una conflagración bélica, prevalidos de su poder armamentista y sin más miras que los afanes expansionistas e imperialistas.

Rusia y Putin son ahora los protagonistas de una dantesca película de horror, y producen un pánico que se extiende hacia todos los costados, que ocasiona también descalabros económicos, incertidumbre, miles de refugiados, pérdidas incalculables.

Hasta ahora, uno de los objetivos de la creación de la Organización de Naciones Unidas ha sido evitar una conflagración mundial. ¿Podrán conseguirlo ahora, cuando además de la pervivencia de un país, parece haber tantos intereses económicos en juego? ¿Podrán los países de Occidente contribuir a que no se expanda el problema, a que no se imponga el poderío de la fuerza y que predomine la capacidad del diálogo entre las naciones y sus líderes, a que no se sacrifique a un país que ha sido ya mutilado y avasallado?