La pantalla, el teclado y el fácil acceso a los medios son armas poderosas para manejar a una población y, claro está, esto no es exclusivo de la política. Cuando uno encuentra publicidad engañosa o mentiras de parte de marcas o productos, no consume el servicio o por derechos del consumidor, acude a entidades de control. Pero cuando hablamos de gobernanza y de una clase política mentirosa por antonomasia, las cosas tienen un trasfondo distinto.
El desgaste político que tiene el Ecuador es tan grande que no existe pena, vergüenza o empacho al maquillar, esconder e inventar historias o plantear propuestas. El político se ha acostumbrado a mentir desde una tarima o palestra que le otorgamos ‘democráticamente’ y desde ahí, en la calle con la gente, hasta en las redes con su equipo completo de estrategas, se encarga de que ese poder y privilegio sea el medio para decirle al pueblo, lo que se requiere para convencer.
Miles de ciudadanos han decidido dejar de creer y eso ha producido una desconexión muy grande con quienes tienen la tarea de gobernar y garantizar calidad de vida para su gente, pero al mismo tiempo, es inherente a la naturaleza del hombre, tener a alguien en quien se pueda confiar y seguir. Necesitamos encontrar la manera de tener un análisis crítico sobre el engaño y las mentiras recurrentes que provienen de la falta de moral y aprovecharse de una posición.
Ya lo escuchamos de Goebbels: una mentira repetida mil veces termina siendo verdad y es que, la exposición reiterada de afirmaciones, aún así sean descabelladas, terminan posicionándose y apropiándose del criterio y la mente de muchos. Entonces, ¿necesitamos menos acceso a la información para no caer en las bajezas que se dan por estrategia de campaña? O, necesitamos una vez más enfocarnos en formar a ecuatorianos críticos para tomar sus propias decisiones, refutar y exigir autoridades probas y que hagan su trabajo… en todo caso, atentos para que no nos metan goles mientras lo descubrimos.