La hora de la verdad

Alejandro Querejeta Barceló

El populismo de izquierda unido acaba de ganar las elecciones seccionales a un populismo de derecha trágicamente fragmentado. Esa podría ser una primera conclusión a un rápido ‘ojeo’ a lo ocurrido. Otra, que sería que en Ecuador aún no transitamos de la categoría de ‘pueblo’ a la de ‘ciudadano’. Nos cuesta mucho oponer la legalidad a la arbitrariedad, zafarnos de las redes clientelares y liberarnos de las ‘bondades’ de un histórico Estado paternalista.

La derecha, centro derecha, izquierda y adláteres se despedazaron en muchos partidos, mientras que el correísmo se cohesionó detrás de su líder. Esta asimetría de fragmentación del sistema de partidos les dio la victoria. De ahora en adelante, la meta es clara: indultos a los dirigentes prófugos de la justicia, obstaculizar todo lo posible al Gobierno en funciones, minar las instituciones, y poblar la burocracia con adeptos y así transitar hacia el poder total.

Desde los tiempos de Vicente Rocafuerte, se dice que la educación y el trabajo son claves para el logro de una ciudadanía plena, junto con la meritocracia, la desburocratización y apertura al mundo. Nos sigue embelesando la adoración al líder carismático y autoritario, el ataque a la prensa, la fabricación de enemigos internos y externos, el culto a la pobreza y la incitación al odio.

El populismo, sea cual fuere su filiación, concentra el poder sin producir riqueza ni justicia. Manipula las masas heterogéneas apelando en recursos emotivos y a un ramillete contradictorio de ideas.

Pero el populismo que triunfó deberá chocar con la realidad. No le bastará predicar sobre el aumento de la pobreza y la desigualdad, sin procurar remedios para reducirlas o eliminarlas. Les acaba de llegar ‘la hora de la verdad’ porque, como decía Carlos Marx, todo pasa por la transformación de la base económica. Y para ello les falta solvencia a sus líderes. Cuba, Venezuela y Nicaragua son ejemplos palpables.

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