La dignidad ultrajada

Rodrigo Contero Peñafiel
Rodrigo Contero Peñafiel

La dignidad es un atributo esencial del ser humano, nada tiene que ver con el género, raza, religión o clases sociales; es el respeto y aceptación de todos con los mismos derechos, trato y consideración que gozamos los seres humanos. El valor que cada uno tiene de sí mismo permite respetar a las demás personas y establecer relaciones humanas adecuadas.

La dignidad está siendo afectada por las actuaciones de cierta gente que cae dentro del campo de la desvergüenza y los intereses partidistas; personas que ostentan una representación popular se sienten privilegiadas y superiores a las demás, por el solo hecho de poseer alguna forma de poder, hacen oposición, cobran diezmos o cumplen disposiciones para hacer lo que les viene en gana, sin importar las consecuencias de sus actos ante tan desatinadas actuaciones y votaciones. ¿Cómo entender su posición al hacer nuevas mayorías sin un previo razonamiento o defender actos ceñidos contra la moral y la “dignidad” de quienes deben dar ejemplo de honestidad y buenas costumbres?

La decencia, identidad, libertad y nuestros derechos como seres humanos pensantes y cultos, están siendo avasalladas en una Asamblea Nacional sin rumbo ni dirección, donde priman los intereses personales, de grupo y de un caudillo en el exilio que se burla de la inteligencia de los ecuatorianos, haciendo que lo individual y partidista supere el interés de todo un pueblo. El país mira absorto como un grupo de políticos confunden el templo de la democracia con un redil, donde la incapacidad y la inoperancia han desterrado a un segundo plano la razón, la moral y la capacidad de pensar.

Se tiene dignidad cuando en el comportamiento de las personas resplandece la decencia, el respeto, la respetabilidad, la hidalguía y la compostura. La dignidad es un valor y un derecho innato y fundamental, inviolable e intangible en la vida de las personas; es un valor inherente al ser humano porque posee libertad y es capaz de crear; es un hecho moral propio del ser humano y de la sociedad. El respeto y la estima que una persona tiene de sí misma le hacen merecedora de toda admiración, sin importar su ideología, raza, religión o manera de pensar.