Mirando la procesión

Kléber Mantilla Cisneros

La Semana Santa es la ceremonia más relevante de la cultura cristiana. La pasión de Jesucristo que se cuenta en un país afectado por la corrupción, los apagones eléctricos, el desempleo, la migración y el impacto ambiental por los derrames de petróleo. El epicentro de los procesos electorales viciados y el narcotráfico dominante que desfiguran la democracia representativa de una nación. Todo el viacrucis de la explotación de recursos naturales y la compleja intensidad litúrgica alrededor de los temas mineros irresueltos que enriquecen a ciertos grupos privilegiados locales y corporaciones del exterior.

En términos religiosos y ecológicos, presenciamos el omnicidio del planeta por el uso de combustibles fósiles y las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global, las olas de calor, inundaciones, sequías, pestes, aluviones; la destrucción de puentes y caminos. Es decir, la muerte de lo existente, la muerte del mesías y de la vida misma. La etapa pasional del final del enviado de Dios en el planeta y la nación. Desde lo triunfal del capitalismo consumista, hasta lo trágico de nuestra pobreza; y, lo glorioso de resucitar a través de una divinidad para reinventar nuestra existencia.

Hoy es un domingo de pascua o resurrección que, de alguna manera, cierra los círculos del crimen, la política y la justicia. Los casos Metástasis y Purga, cada vez, muestran más evidencias de los efectos de la narcopolítca y la funcionalidad del crimen organizado. El presunto operador político del narcotraficante Leandro Norero, Ronny Aleaga, se desafilió de la Revolución Ciudadana y demolió, en ciernes, al movimiento político hegemónico del populismo ecuatorial; y, al final, Rafael Correa, fue inculpado según varios testimonios. ¿El ‘correísmo social cristiano’ en las profundidades de un despeñadero por las declaraciones de la diva del mundo criminal: Mayra Salazar y sus entornos?

Recorriendo la ciudad, vemos centenas de cucuruchos que caminan por las calles llevando cadenas, cruces y estandartes; a la par, los fieles cantan y rezan. Unos lamentando volver a votar en las urnas por los mitómanos de siempre; y, otros, alabando a cualquier politiquero. Más allá, una fanesca con mil sabores y la desesperanza por calmar lo ingobernable de tanta impunidad.

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