Juntos y revueltos

El agua y el aceite se mezclan en las elecciones locales. El hielo se tuesta y en la cama aparecen juntas y revueltas, las izquierdas y las derechas. Todo es posible, porque hace rato se perdió la capacidad de ruborizarse en quienes hacen política. La relación entre cantidad y calidad de candidatos es inexistente con las excepciones del caso. Por un lado, los partidos se juegan la supervivencia y alquilan sus tiendas a cualquier postor, mientras que por el otro, hay egos sobredimensionados que se saben ganadores en cualquier partido y en cualquier elección. Las dos vías son, finalmente, síntomas de la manera como se vive la política. Esta práctica divide al país en dos. Aquel Ecuador sobrepolitizado y el otro, despolitizado.

La esfera sobrepolitizada de la mala política juega a cualquier cosa, porque no hay mentes brillantes detrás de un proyecto sostenido, conceptualmente potable y con cuadros que embanderen la propuesta. La sensación de vacío copa la esfera pública. Este fenómeno fragmenta y llega a polarizar. Esta forma de hacer política apuesta por la personalización como si la respuesta a la crisis fuese la venida de un mesías redentor, avivando la tradición populista y también los caudillismos que son más visibles en las localidades. Este fenómeno no es nuevo, al contrario, se aceita con mayor contundencia en el tiempo. Es decir, institucionalizó la mala política, la del reparto, del lleve, de la tranza.

El otro lado de la moneda es la despolitización, la apatía, la indiferencia, la pereza, la soterrada conformidad que puede ser más peligrosa, porque la gente aprende a vivir con el mal mayor, es decir, con la mala política, en el sentido de aguantar lo que venga y como venga, solo aguantar y no involucrarse. Cree, equívocamente, que todo está perdido, porque la impunidad campea, los malos políticos reencarnan, los advenedizos tienen patente de corso y el todo se conforma entre ineptos versus corruptos. Es paradójico que la despolitización se imponga, pues el mayor porcentaje de la población es decente, trabaja y apenas le alcanza para vivir. Tal vez por eso no cree en la política, porque no le saca de su condición de incredulidad.